lunes, noviembre 27, 2006

DUDA EXISTENCIAL APLICADA A LA MINIFALDA

Dudé bastante antes de plantarme la minifalda y salir a la calle: “¿Me quedará bien?, ¿no estaré talludita para llevar una “mini”?, ¿acaso tengo piernas para poder lucir?, no sé, como hace tanto tiempo que no me las veo... Siempre van ocultas bajo los pantalones, luego es posible que se me hayan gastado y ya no las tenga, tal vez ahora funciono a ruedas, a motor, ó ...¡¡ a pilas !!. Vaya Vd. a saber”.
Cuando me desenfundé los vaqueros vi con asombro y agrado que, no sólo tenía pantorrillas, además tenía muslos...¡¿¡dos!?!, “qué bueno” pensé mientras me los palpaba aún algo escéptica. Busqué en el cajoncito de la mesilla de noche un par de medias -qué problema-. “Y ahora ¿cuál me pongo?, ¿las negras y tupidas ó las caladas que son más atrevidas?, ¡¡cielos!!, ¿porqué ha de ser tan difícil la existencia? siempre teniendo que elegir: Falda-pantalón, manga larga-manga corta, bota alta ó botín, braga-tanga... Esto SÍ son problemas, Sres., no la inflación ó si hay cabezas nucleares en Irán, en Corea ó en Albacete, ¿puede haber un conflicto mayor para una mujer -¡¡no digamos para un caballero!!- que decidir en sólo media hora qué par de medias combinan bien con una minifalda?. Humm...ya quisiera yo ver a muchos políticos ante un trance de ese calibre”.
Al final opté por las de rejilla. Me puse la falda y las botas y me eché a la calle.
Titubeante salí del portal. Al principio caminaba encogida, encorvada, con la vista puesta en mis rodillas y la porción de muslo que asomaba bajo la falda. Junto a un semáforo, el joven conductor de un coche que estaba parado me sonrió. Era una sonrisa de aprobación, hasta me pareció que el chico mostraba su beneplácito moviendo la cabeza arriba y abajo, igual que esos perros horteras y sedentes que se ponían antiguamente en la bandeja trasera de los automóviles. El coche arrancó llevándose consigo a mi benefactor. Tuve un fallo, no le correspondí con otra sonrisa. A veces está una realmente torpe. Mi autoestima se vio incrementada considerablemente. Qué les voy a contar, sufridos lectores, que no se imaginen a estas alturas. Saqué pecho –ya sé... ya sé que poco, no se pongan quisquillosos-, erguí mi descompuesta figura y empecé a escuchar una música de fondo, creo que el Fallin de Alicia Keys para ser más exactos. Pisando fuerte con arrogancia y desafío, miré disimuladamente mi reflejo en la luna de un escaparate mientras interiormente me repetía: “Estoy buenilla, estoy buenilla, estoy buenilla...”.
Mi momento de gloria duró cinco minutos exactos que fueron los que tardé en llegar al trabajo y embutirme en el traje de faena. Hay que ver qué poco dura la dicha en la casa del pobre –y en la de las “buenas”-.


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