viernes, noviembre 10, 2006



HE DADO CALABAZAS A ¡¡CLOONEY!!


Al pasar ante el quiosco me pareció que alguien me llamaba como en susurros haciéndome “chissst”. Me giré y no vi a nadie. Otra vez “chissst”. Me detuve ante la estructura acristalada, pero completamente velada por el considerable e ingente número de revistas expuestas, y recorrí con la mirada todas las portadas. Allí estaba él. Guapo, seductor, dentadura perfecta, sonrisa burlona, elegante como el que más -con decir que parece el nuevo Cary Grant está todo dicho-, en fin... el marido perfecto, el yerno ideal ó el jefe que tod@s quisiéramos tener. Miré hacia atrás pensando que, de llamar George ¡¡Clooney!! a alguien, no iba a ser a mí precisamente. Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Pues bien, yo diría más. Creo que detrás de una mujer corriente e insignificante, siempre hay una mucho más alta, más guapa y que está más buena. Lo tengo comprobado y recogido con datos en un estudio sociológico realizado conmigo misma.
Pero, por más que miré, no vi a nadie. Desconfiada aún, le dije:
-“¿Es a mí?”
- “Por supuesto ¿a quién iba a ser?-
-“Y...y.. ¿qué quiere?-
-“Sáqueme de aquí, por favor”- Lo dijo bajando mucho el tono de voz y mirando hacia ambos lados para que no se diera cuenta el quiosquero.
-“¿Cómo lo hago? Esto es de cristal, no puedo romperlo sin armar escándalo ni cortarme..”.-
-“No sea simple, mujer. ¡Compre la revista y ya está, joder! es lo que se ha hecho toda la vida”-
-“Aaaah, es verdad”- Reconozco que respondí nerviosa y azorada, tanto que debí enrojecer hasta la misma raíz del pelo.
-“Para una vez que contacto con un estrella de Hollywood no puedo estar más torpe”- Esto sólo lo pensé, claro, pero no lo dije.

Por aquello de la honrilla y de salvar los muebles frente al estrepitoso ridículo que estaba haciendo, no ya por dirigirme de un modo tan aturdido a ¡¡Clooney!!, sino por impresionar como perturbada a los viandantes, dado que la triste imagen que proyectaba en esos momentos era esa exactamente, la de una pirada hablando con un quiosco -que no un quiosquero-, le dije muy digna:
-“Perdone Sr....¿cómo dijo que se llamaba?” –eso es, encima haciéndome la chula –
- “¡¡Clooney!!, soy George¡¡Clooney!!- El tío lo dijo con cierta insolencia, no sé...como un poco molesto.
-“Pues eso, Sr. ¡¡Clooney!!, lo que yo quería expresarle es que mis creencias me impiden comprar revistas del corazón, así que ya me contará qué hacemos”- Me puse brazos en jarras y todo para escenificar lo engorroso de la situación.
-“Bueno...para otra vez será, qué se le va a hacer. Muchas gracias de todos modos”- Se encogió de hombros y me dedicó una sonrisa (qué sonrisa, madre mía...).

El muy cretino no fue capaz de insistir ni nada por el estilo. Nada más darme la vuelta, observé con el rabillo del ojo que le estaba chistando a una jovencita alta y delgada como su madre, con una pinta de modelo que tiraba para atrás. Es lo que yo digo... algunos son tan infieles por naturaleza que están deseando que dobles la esquina para pegártela con otra.

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