jueves, marzo 15, 2007

ESTAMPA VERANIEGA



Ayer, sin quererlo, me he metido en terreno playero y pantanoso. Los primeros rayos solares y el acusado ascenso de las temperaturas, han propiciado que a una servidora se le hayan puesto los dientes largos en relación a la cosa del ocio estival. Los recuerdos del último veraneo hoy acuden a mi mente en tropel, y, sin un gran esfuerzo, puedo sentir el olor a mar, la brisa en mi cuerpo, la tibieza del sol de primera hora de la mañana y, bajo el asiento en el que estoy sentada en estos momentos, remuevo con mis pies descalzos una arena inventada. Repito, sin hacer demasiado alarde imaginativo.

Cierro los ojos -los dos, para que no parezca que estoy tratando de ligar...- y veo a Lucía tumbada a mi lado en su hamaca. Las dos estamos panza arriba y cara al sol como lagartos – perdonen lo de “cara al sol”, ha sido sin querer, y no digo lagartas para que no parezca que estamos tratando de ligar...-. A mi derecha –tengo la manía de posicionarme a la izquierda la mayoría de las veces, aunque sea en la playa, ya ven...- está mi viejo bajo la sombrilla – el tío se la coge toda para él- leyendo el periódico –El País, para más señas-.

La bolsa de playa con todos sus enseres (libros que nunca leemos allí porque con el sol de casi mediodía no hay forma de leer; afeites y potingues para ponerse moreno, para no ponerse, para hidratar y para que, cuando ya esté uno tan rojo como un camarón, no le pique ni le escueza nada), se balancea patéticamente de un gancho de la sombrilla o de uno de los salientes de una silla blanca de resina. Cuando le vence el tedio, no soporta el calor sobre su lona reblandecida, o, simplemente, ¡no aguanta ...el peso!, el bolso de vivos estampados, polivalente y multiuso, decide arrojarse sobre la arena, hacerse el muerto y desparramar sobre la misma buena parte de su contenido, o dejar invadir sus entresijos por un buen puñado de ella, lo que suele provocar las delicias de la dueña a la hora de la partida. Sobre todo cuando ves que el frasco de la loción que te han vendido como “no grasa” y que, resulta que chorrea aceite como para hacer una buena olla de lomo, está rebozado en arena como una croqueta; o...el libro ese de antes, sí, el que nunca lees allí, el que que tú te has esmerado en forrar con plástico previamente y que, no sabes cómo, la arenita se ha encargado de introducirse entre las pastas y el forro, dejando una rara y molesta rugosidad sobre las tapas cuando deslizas la mano sobre ellas. Por supuesto, todo el aceite que pierde el frasco –el de la loción “no grasa” ¿recuerdan?- va a parar al libro o a la revista indefectiblemente (sí, sí...los frascos también pierden aceite, como las Harley y como las personas).
Ahora que lo pienso, es posible que los fabricantes tengan razón cuando dicen que el fluido bronceador no contiene aceite, porque si hay un libro en tu bolsa de playa, fijo, fijo... ¡que se lo chupa todo él!

En fin, voy a cortar el rollo porque no quiero seguir provocando la envidia a mis lectores con estas estampas veraniegas, pero mañana pienso seguir... A veces de ilusión también se vive, y las vidas paralelas que percibimos a través de los sentidos o la imaginación, pueden ser tan ricas -o más- en sensaciones que la propia realidad. Un placer escribir para Vds.

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