sábado, mayo 05, 2007

ACOSTUMBRÁNDOSE



Por fin volvieron los niños del campamento. Su situación, por decirlo suavemente, pasó a ser de lo más pintoresca, con un estilo de vida heterodoxo que les llevaba a alternar su domicilio familiar, por un lado, con mamá y el señor del tercero, en su casa de siempre, y por otro lado, con papá biológico, en casa del vecino. Pero poco a poco se acostumbraron, de hecho todo el mundo se fue habituando al nuevo tipo de vida.


R se acostumbró a encontrarse por los pasillos de la facultad con la mirada inquisidora de H. Seguían enamorados, pero no habían vuelto a dirigirse la palabra. Y no porque ella no le hubiera querido perdonar, simplemente es que él no había puesto la más mínima intención de dejarse perdonar. R era buena persona, una de esas personas capaces de dejarse arrastrar por su corazón hasta el mismo borde de un acantilado para, después, precipitarse por él.
Pero la sombra de V, brindando con ella en la foto, era tan alargada y pesaba tanto sobre H, que hubiera oscurecido y enturbiado cualquier amago de posible reconciliación.


M se acostumbró a tener por marido a su vecino de rellano, y por vecino de rellano a su marido. Era todo lo contrario a R: fría y calculadora. Y sabía de antemano que, con sólo chasquear dos dedos, H volvería con ella, no una, sino cien veces que se lo propusiera.


V se acostumbró a ver a H en su cama, dentro de su ducha o cocinando en su cocina cada vez que pasaba a su casa a por algo; es más, H ya llegó a formar parte del mobiliario.

Un día V, al entrar en su vivenda -posiblemente sin mala intención-, en lugar de colgar su abrigo en el perchero, se lo colocó directamente a H sobre los hombros, y éste, feliz y contento, se lo llevó puesto a la facultad.

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