Aferraba sus dedos con fuerza al volante mientras, zigzagueando, sorteaba todos los coches que le venían de frente. En la radio sonaban canciones en un lenguaje raro e ininteligible para según quién. De repente... ¡el subidón! Lo vio venir embalado hacia él con la fuerza de un tren y esta vez no lo pudo esquivar. Una especie de bola de fuego le ascendió desde el estómago abrasándole, primero la garganta, y luego la cara. Tras el impacto, inmovilizado entre un amasijo de hierros y con el regusto salado de la sangre en su boca, el kamikaze sonrió aliviado cuando, a través de un boquete en el parabrisas y justo antes de deslizarse por un túnel negro y profundo como un pozo, vio unas señales de tráfico correctamente situadas a la derecha en el sentido de su marcha: “Ja,ja,ja... la primera vez que me pillan in fraganti y resulta que el único que va bien soy yo, ¡¡anda y que se jodan!!”
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