sábado, junio 23, 2007

ADIOS, GATITO.


-“Por supuesto, gatito... por supuesto” - le dije sin hablar -“Sabes bien que te echaré de menos. Jamás podré olvidar tu pelo negro y esos ojos hechiceros, tus andares suaves y armoniosos, tu cuerpo elegante, tu discreción y tu silencio ... eres un gato poco maullador ¿lo sabías?. Te querré siempre, aunque pases de mí cuando te llamo –y cuando no te llamo también-. Seguiré perdiendo lágrimas, igual que un sarasa pierde aceite, cada vez que me asome a esta jodida ventana que no hace más que recordarme que algún día estuviste al otro lado y que ya no volverás... ¡Cómo me va a costar hacerme a la idea de no saber nunca más de ti y, de paso, asumir que hace rato que te olvidaste ya de mí...!”-

Hacía tiempo que no me visitaba, pero yo me resistía a creer que nunca más volvería a verle, por eso seguía apostada frente a la ventana, junto al radiador.
El cochambroso edificio que estaba al otro lado de mi casa era enorme y albergaba un montón de gatos. Pero a mi siempre me sedujo el de pelo negro, el bonito, ese que tenía los ojos grandotes y expresivos. Me enamoré tontamente de él y supe enseguida que era el gato de mi vida.
A alguien se le antojó un buen día construir un bloque de viviendas en ese solar. Con la llegada de las primeras excavadoras, muchos gatos empezaron a largarse de allí, sobre todo los nuevos. Los viejos ya se habían vuelto cómodos y decidieron aguantar el tipo como fuera hasta que el coloso se cayera en pedazos.

Pero el otro día le volví a ver desde mi triste ventana. Alborozada le llamé... esta vez me hizo caso y vino. En su mirada preocupada leí que estaba convencido de irse, pero no quería dejar caras tristes tras de si, por eso se había acercado, sólo para decirme adiós, pura cortesía gatuna. Se aproximó al cristal, lo olisqueó –su hocico dejó una huella húmeda-, yo también me acerqué hasta sentir el frescor del vidrio en mi boca –creo que “eso” fue besarnos-, y luego, de un brinco, se largó. No me dio tiempo ni a reaccionar. Le llamé de nuevo pero fue inútil. Escalando por uno de los muros que aún quedaban en pie, se aupó a un tejado, y con un trotecillo alegre marchó tras una hermosa gata siamesa.

A solas de nuevo, me alejé de la ventana. Muerta de tedio reanudé mis juegos con el viejo y desgastado ovillo de lana. Me hubiera gustado tanto no tener dueño, ni casa, ni vida confortable... ¡lo que hubiera dado por haber podido abominar de mi condición de gata doméstica y ser libre para escaparme con él por esos tejados de Dios...!

No hay comentarios: