lunes, junio 18, 2007

LA VENGANZA SE SIRVE EN PLATO FRÍO



-¡¡Gandules!! ¡Pandilla de cobardes!- gritaba.
Estaban agazapados en un rincón, apretados unos contra otros. No se atrevían ni a respirar para no delatarse y llamar la atención del gigante que arbitrariamente jugaba con sus vidas día sí, día también.
Tenían miedo. La cosa no era para menos. Hay que ser muy tío para asomarse al vacío y ver lo que hay al fondo, por muy atractivo que sea lo pueda haber en dicho fondo. Muchos hombres, incluso fuertes y bragados, tiemblan indecisos ante la aventura que supone lanzarse a volar y sentir que el mundo se abre bajo sus pies, como si un Yaveh juguetón y sandunguero se entretuviera en separar las aguas, los asfaltos o las rejas, dejándoles prácticamente con el culo al aire.

El gigante alargó su manaza y eligió dos individuos al azar, les sujetó por los pies boca abajo, igual que a los murciélagos, con la encomienda de que permanecieran suspendidos sobre un cable y asidos únicamente por los dientes.
Haciendo acopio de valor y con un guiño de complicidad, los dos sujetos decidieron autoinmolarse soltándose del cable y dejándose caer desde una considerable altura.
Quedaron despanzurrados y murieron en el acto, pero eso sí, con una sonrisa en sus labios. Dicen que la venganza se sirve en plato frío. Debe ser cierto, pues junto a ellos yacía flácido e inánime el cuerpo del calzoncillo preferido del gigante, el que se ponía para echar el caliqueño de turno cada vez que su novia iba a visitarle a su casa.

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