sábado, septiembre 08, 2007

PRIMER MANDAMIENTO: "NO PERDERÁS EL TREN..."




Se lo había dicho su tío, un viejo buitre: “ Procura no perder nunca un tren que pase por tu lado y que te resulte atractivo, no sabes lo que puede llegar a depararte”.

El pajarillo oscilaba, moviéndose de puntillas, sobre una de las catenarias del tren. Por raro que parezca, tres mil y pico voltios de intensidad eléctrica no son suficientes para hacer sucumbir a un ave de pequeño tamaño; además de eso es necesario que, parte de su cuerpecillo, haga masa con la tierra para sufrir una descarga letal y quedar churruscado como un bistec. Me lo contó un rudo ferroviario que vestía mono amarillo y que clasificaba vagones en las vías de un importante nudo de la red.
El ave se deslizaba de un lado al otro del grueso cable esperando ansioso la llegada de un nuevo tren.
De repente vio venir uno a lo lejos. Empezó a aletear hasta quedar suspendido en el aire, aguardando a que pasara para, después, dejarse caer blandamente sobre él. Así lo hizo. Era un hermoso mercancías amarillo, completamente nuevo.
En poco tiempo conoció lo que suponía el placer de viajar, recorrer caminos y visitar parajes, sin batir alas y sin cansarse. Transcurridos unos cuantos kilómetros divisó en lontananza la oscura bocaza de un túnel. Estaba preparada con sus fauces bien abiertas, para engullir sin ambages al tren que, irremediablemente, se precipitaba en su interior.
El polluelo enarcó las cejas y, tras unos breves segundos de reflexión, decidió abandonar el tren antes de traspasar el umbral del sombrío conducto.

Agitó de nuevo sus alitas y se elevó unos cuantos metros, los justos para que le diera tiempo a ver que, dicho tren, era un mercancías cargado con aves de corral, destinados a la fabricación de sopas y alimentos preparados de una conocida marca, “Gallina Blanca”.
Muy asustado secó el sudor de su frente con el dorso del ala, expulsó, resollando, todo el aire que contenían sus pulmones, y se sentó otra vez en la catenaria a seguir viendo pasar los trenes, mientras su corazoncito traqueteaba penosamente como una vieja locomotora.
De pronto le sonó el móvil... se palpó, buscó entre las plumas...y... por fin... ¡un SMS! Era un mensaje del buitre con una nueva recomendación: “Ni se te ocurra montar en un tren amarillo, suelen traer mala suerte”.
Le dio el arrebato y borró de la agenda el número de su tío. Así, sin más.

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