miércoles, septiembre 26, 2007

SÓLO DEBE SEMBRAR QUIEN SABE RECOGER



Era un labrador tan torpe, tan torpe, que sembraba cebada para fabricar cerveza, pero en lugar de cebada le crecían sardinas.
No sería mayor problema que a uno le crecieran sardinas en un campo de cereales, si no fuese porque el pescado de tierra no sabe lo mismo. Tira más a bravío y se conserva mucho peor que el de mar –dónde va a parar-, excepto cuando la cosecha es de una variedad concreta, “Sardinillas enlatadas”, que entonces la cosa cambia de manera sustancial.

El pobre hombre, desesperado, decidió cambiar de estrategia. Rogó a su hijo, que estudiaba para Perito Agrónomo, que se informara por la cosa de internet, a ver en qué zona del litoral marítimo había buenos bancos de cebada para ir allí a por ella.
Cuando dispuso de la información, más contento que unas castañuelas, agarró una caña y se largó a pescar.
Pasaron varios días y la cebada no picaba. Pero un hombre de campo jamás se da por vencido, de manera que alquiló un barquito de pesca, con su correspondiente equipo de redes de deriva, y se adentró en alta mar.

Muy ufano, una vez allí, echó las redes. Nada. Otra vez. Nada. Otra vez más. Nada... Lo intentó durante una semana; mas, viendo que algo fallaba, se calzó un traje de neopreno, una mascarilla de oxígeno –sin conectar a ninguna parte-, souvenir del hospital desde aquella vez en la que estuvo ingresado el Cipriano aquejado de asma; rodeó su cintura con un cable –por supuesto, no sabía nadar- y, de un salto, se zambulló en el agua.
La sorpresa fue mayúscula... ¡apenas quedaba cebada allí abajo!
Una sardina muy atractiva se separó del resto y, contoneándose con lujuria, se acercó a él y le ofreció una jarra de cristal para que brindara con todas. ¡Las muy zorras habían montado una fiesta y estaban poniéndose ciegas a cerveza!

No hay comentarios: