martes, octubre 30, 2007

LA MUDANZA


Siempre he creído que a la hora de afrontar una mudanza y preparar el hatillo para irse a vivir a otro lugar tiene que ser muy difícil poder discernir bien entre todas aquellas pertenencias que son realmente necesarias y aquellas otras que no lo son. Es cuando nos solemos dar cuenta de la ingente cantidad de cosas materiales que vamos almacenando a lo largo de nuestra vida, ya sean objetos auto-proporcionados o ya sean regalos que nos han hecho y que han servido para engordar nuestra autoestima. El asunto es que tenemos mucho... mucho más de lo que necesitamos.
Compruebo asustada toda esa torre de paquetes que se alza frente a mí: “…esto es de Andrés, aquello me lo regaló Marisa, lo de más allá fue gentileza de Luis, eso de ahí me lo traje cuando estuve en Alemania...”
Es tanto como tener apilados ante nuestros ojos un montón de recuerdos.
Lo intento guardar todo en varias cajas, en bolsas, en fardos...pero invariablemente acaba por desbordarme la situación. Contemplo el maletero del coche -es amplio pero limitado, aunque los recuerdos no lo sean, “lástima, no me entran todas las cajas y quería llevármelas a ser posible en este viaje”-
Lo reviso de nuevo para ver si puedo prescindir de algo más, “esto sí, esto también...sí, sí...esto no, esto otro lo dejo aquí y ya volveré a por ello algún día...esto tampoco...”
Bajo otra vez al coche cargada como una mula; he reducido sensiblemente el equipaje pero, con todo y con eso, no puedo cerrar el maletero, las ruedas apenas se ven y los bajos del coche casi rozan el suelo.
Empiezo a cabrearme, las mudanzas siempre me han resultado odiosas ¡cómo las detesto! Menos mal que ésta servirá para mucho tiempo, al menos eso espero. Subo a casa, “aún tengo que eliminar mucho material...los libros ¡rayos, cómo pesa la cultura! Encima tengo tantos...”
Empiezo a estar exhausta, así que me siento al borde de la cama, sujeto mi cabeza con ambas manos para que no se vaya volando y a cambio suelto un sollozo: “No puedo, no puedo llevarme tanto, tampoco dispongo de espacio suficiente en mi próximo hogar para poderlo guardar. Es inútil. Está bien, me cuesta hacerlo pero lo tengo decidido ...”
Paseo la mirada por encima de todos esos elementos, atrapo los recuerdos que hay dentro de ellos y los clasifico: los tristes a este lado y los alegres a este otro.
Extraigo una llave muy pequeña de un cajón de la cómoda, la aplico a una de mis sienes y abro este cofre que llevo escondido bajo la peluca; ahora está más exigua, eso sí, pero antes... cuando me miraba al espejo...¡ah! Tenía tanto pelo que creía hallarme frente al eslabón perdido entre el hombre y el mono.
Con sumo cuidado voy depositando dentro todas las sensaciones recogidas por riguroso orden, y, sorprendida, veo que caben todas, “ya está, ahora sí, ahora puedo irme”. Vuelvo a cerrar el cofre, recompongo mi peinado, arrojo la llave al inodoro y suelto el agua para que nadie sea capaz de llevarse algún día mis recuerdos.
Por fin, libre. Es posible que ahora vaya a mi nuevo destino caminando verso a verso, golpe a golpe, con un cayado y una concha de peregrino. Creo que no me va a hacer falta ni coche, ya ven...

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