miércoles, noviembre 21, 2007

EL HOMBRE QUE QUERÍA SER UNA ESTRELLA DE ROCK


Estaba desnudo de pie, subido encima de la cama. Se contoneaba frenéticamente al ritmo de la música que había seleccionado previamente en el equipo. Sus manos, nerviosas, pulsaban las cuerdas de una guitarra eléctrica imaginaria; mientras sus cuerdas vocales imitaban la voz del vocalista de una banda de rock, marcando cada sílaba, cada suspiro y cada pausa exactamente igual que él. De algún modo se esforzaba en romper el silencio y la barrera invisible, pero infranqueable, que se abría entre él y su mujer.
Julia podía ver el reflejo de Serafín a través del espejo que estaba sobre la cómoda de la habitación. Los movimientos que ejecutaba eran idénticos a los del artista.
Ella estaba sentada y tenía el rostro completamente embadurnado de crema, el cabello sujeto, mechón a mechón, con unas horquillas, y con unas pinzas se depilaba el suave bigote y cuatro pelos breves y duros que se empeñaban en crecer en su barbilla.
Sobre la cómoda descansaba una revista de rabiosa actualidad musical, dedicada sobre todo a grupos de rock y de heavy metal; estaba abierta por la página veinte. En primer término se podía ver la foto del líder de una banda de rock que guardaba un asombroso parecido con Bon Jovi. Estaba de espaldas al fotógrafo, luciendo su torso desnudo lleno de tatuajes, mientras que la zona del trasero estaba medio oculta por unas letras sobreimpresas en la imagen. Su piel brillaba cubierta de sudor, y sus músculos y tendones se tensaban como las cuerdas de la guitarra que sostenía entre sus manos.
Julia acarició el papel satinado de la revista con sumo deleite, como si en realidad estuviera acariciando la piel de sus hombros, pecho o espalda. Soltó un pequeño gemido de placer.
Serafín lo advirtió desde su atalaya y de un brinco se bajó de la cama. Se acercó desnudo completamente, como un Niño Jesús, y se colocó tras ella frente al espejo.
Sintiéndose pillada in fraganti, Julia deslizó la revista sobre sus muslos, por encima del camisón, y se apresuró a ocultarla con un extremo de la bata. Alzó la vista, y al otro lado del espejo se encontró un hombre con pinta de estar en avanzado estado de gestación de lo que, llegado el caso, sería más que un embrión humano, un barril cervecero. Más abajo, como si se tratase del grifo mismo del barril, pendía una cosita pequeña y arrugada de la que él, al parecer, se encontraba sumamente satisfecho: su exigua y flácida minina.
Julia no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas al verle. Él, entregado y lleno de emoción le dijo:

-“Te ha gustado mi actuación, no puedes negarlo... ¿a qué sí, cariño?”-

- “¿Acaso lo dudas, mi amor?”- Respondió ella, sorbiéndose los mocos hacia arriba y posando su triste mirada sobre la revista.

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