lunes, noviembre 19, 2007

EL VERSO FINAL


El poeta andaba tan preocupado, buscando ese último verso con el que cerrar su poema, que hasta se mesaba el cabello y ya empezaba a presentar claros síntomas de alopecia. Deambulaba por la habitación como un león enjaulado, con la cabeza gacha y las manos asidas por detrás, en la espalda. Se las apretaba con tal fuerza que los nudillos, a punto de reventar, presentaban un aspecto brillante y blanquecino; más que manos de poeta parecían manos de místico, huesos de santo. Las musas estaban de puente y le habían dejado abandonado a su suerte. Miraba y miraba buscando la inspiración, ora ante un objeto, ora ante el panorama del jardín que se abría frente a su ventana, ora ante la imagen de su amada.
Aburrido, decidió dejarse de zarandajas y quitarle hierro al asunto presentando dicho poema sin el último verso.
-Ya está, mejor así... un final abierto para que el lector se encargue de cerrarlo a su manera, para que deje volar su imaginación, tampoco conviene dárselo todo hecho.-
Efectivamente, el poema terminó abierto en pompa, tanto es así, que por el amplio boquete practicado se escaparon el resto de las palabras y el pobre poeta se quedó sin poesía.

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