La feliz pareja ya llevaba un buen rato en la cama. De pronto ella se dio cuenta que se habían dejado encendida la luz del salón, y le dijo a él:
-Anda cari, vete a apagar la luz, porfa-
-Humm... ¿cómo?- respondió somnoliento.
-Que apagues la luz del salón, mira, está encendida-
-Vete tú, anda, que yo por fin estoy entrando en calor-
-Qué más quisiera, sabes que no puedo-
-Inténtalo, joder. Estamos en noviembre y se empieza a notar el frío en esta maldita casa-
-Desde luego, hijo, qué poco caballero eres... Si pudiera ¿crees que te lo iba a pedir a ti?-
-Va. Está bieeen-
El tipo se levantó a regañadientes, y arrastrando las pantuflas llegó hasta la sala y apagó el interruptor.
Todo quedó sumido en la negrura y el silencio, tanto, que el fulano se vio incapaz de volver por sus propios medios al dormitorio. Entonces, desde la distancia, le gritó a ella:
-Cielito ¿podías guiarme con la voz? Me estoy golpeando con paredes y muebles y no encuentro la puerta-
Ella se puso a cantar. Su voz de soprano, bien timbrada, no precisó más que unas cuantas notas, pocas, para ayudarle a regresar a la cama.
Cuando se acostó, se acurrucó junto a ella y, rodeando y palpando con sus manos las escamas de sus caderas, se quedó nuevamente dormido. Así, tan ricamente, abrazado a su querida sirena.
-Anda cari, vete a apagar la luz, porfa-
-Humm... ¿cómo?- respondió somnoliento.
-Que apagues la luz del salón, mira, está encendida-
-Vete tú, anda, que yo por fin estoy entrando en calor-
-Qué más quisiera, sabes que no puedo-
-Inténtalo, joder. Estamos en noviembre y se empieza a notar el frío en esta maldita casa-
-Desde luego, hijo, qué poco caballero eres... Si pudiera ¿crees que te lo iba a pedir a ti?-
-Va. Está bieeen-
El tipo se levantó a regañadientes, y arrastrando las pantuflas llegó hasta la sala y apagó el interruptor.
Todo quedó sumido en la negrura y el silencio, tanto, que el fulano se vio incapaz de volver por sus propios medios al dormitorio. Entonces, desde la distancia, le gritó a ella:
-Cielito ¿podías guiarme con la voz? Me estoy golpeando con paredes y muebles y no encuentro la puerta-
Ella se puso a cantar. Su voz de soprano, bien timbrada, no precisó más que unas cuantas notas, pocas, para ayudarle a regresar a la cama.
Cuando se acostó, se acurrucó junto a ella y, rodeando y palpando con sus manos las escamas de sus caderas, se quedó nuevamente dormido. Así, tan ricamente, abrazado a su querida sirena.
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