martes, enero 01, 2008

EL EMBRUJO DEL CARMEN DEL SULTÁN


Como cada noche permanecía sentado sobre un diván en el interior de palacio. A través del amplio ventanal entraba la luz de la luna. Traía consigo mil y un sonidos procedentes del carmen: el agua de las fuentes chisporreteando y discurriendo a través de arroyuelos, o de pequeñas acequias que luego guardan un silencio eterno y sepulcral cuando un poco más allá van a morir a la alberca; las hojas de las enredaderas y de los árboles susurrando mecidas por el viento; los arrayanes que, suspirando de mal de amores, se acuestan perezosos junto a la tapia del carmen y se mezclan con aromas de diversas flores, azucenas, alhelíes, jazmines, galán de noche, nardos...
El sultán, completamente subyugado, con todos sus sentidos exaltados a flor de piel, se quedó profundamente dormido. Un libro cubierto de polvo sobre su regazo, esperaba impaciente la visita de Sherezade como todas las noches. Cuando no estaba ella, el pobre libro también se aburría, no en vano al Sultán ya se le había olvidado leer, pues prefería escuchar las historias de la propia boca de Sherezade. Esa noche ella no vino según su costumbre, sencillamente saltó del interior del viejo tomo, se despojó de la túnica, y arropada únicamente por la azulada luz de la luna, se dejó de cuentos y de milongas y le ofreció su cuerpo cálido y amable al Sultán. El libro murió de un orgasmo.

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