martes, enero 29, 2008

VENTA A DOMICILIO

Tras oír sonar el timbre, abrió la puerta y le miró, primero con sorpresa y después con fastidio.
-¿Otra vez usted? ¿No le he dicho por activa y por pasiva que no quiero verle más? Que no me hable, que no me mire… ¡que se muera, hombre!!
-Verá. Es…esta vez vengo a ofrecerle algo distinto.
-¡¡Fuera de mi casa!!¡¡Lárguese!!
-Pe…perdone. Escúcheme un momento: hoy no traigo aceite, ni miel, ni patatas, ni seguros ni máquinas de coser. Mire…mire.
Agitó entre sus manos, haciéndola sonar, una bonita caja de regalo de enorme tamaño, forrada en llamativos colores.
Tal vez fuera eso la causa, los colores del envase. Lo cierto es que el hombre se vio picado por la curiosidad.
-A ver… ¿qué trae hoy?- Lo dijo en tono de perdonavidas, pero realmente se sentía fascinado por el objeto.
-¿Puedo pasar?- Sugirió el vendedor. En realidad cuando lo dijo ya estaba en medio del hall.
-Sí…sí, claro.
El vendedor, yendo un poco más lejos todavía, apuntó con la mirada hacia la sala de estar.
-Estaríamos más cómodos ahí ¿No cree?
El dueño de la casa, con gesto ceñudo, le invitó a pasar.
Colocó la caja sobre la mesa y con aire triunfal levantó la tapa. En su interior tan sólo había un elemento: un libro encuadernado en piel con letras doradas.
-Mire… “El amor en los tiempos del cólera”, de García Márquez. Un buen libro. ¿Qué le parece?
-Me parece bien, pero resulta que ya lo tengo- Lo dijo sin ocultar cierta desilusión.
-¡Imposible!
-Pues no, es más, tengo casi todas las obras de García Márquez. Ahora váyase y no me haga perder más tiempo.
-Insisto. No creo que tenga un libro como éste. ¿Conoce el argumento? Habla de una historia de amor preciosa y…
-¡¡Le he dicho que no lo quiero!! Ya está bien…- Y como si le hubiera dado un arrebato repentino, empezó a rebuscar libros febrilmente entre las estanterías.
El vendedor reparó en un carrito dispensador de bebidas que había en un rincón de la estancia. Se acercó, tomó un vaso ancho, seleccionó con la mirada entre varias botellas, y al final eligió la más cara, un Cardhu Reserva de doce años del que se sirvió un par de dedos. Después se fijó en una caja de puros que había sobre el aparador, tomó un imponente Cohiba, lo olisqueó con fruición igual que un sabueso, arrancó un trocito del extremo con los dientes, y prendió el cigarro con un encendedor de adorno que simulaba un revólver.
El dueño de la casa se acercó a la mesa cargado de libros, miró al ocupa con cierto estupor, y, algo más que mosqueado, se dispuso a mostrarle el género.
-¿Lo ve? “Cien años de soledad” en varias ediciones, “El coronel no tiene quién le escriba”, “Crónica de una muerte anunciada”, “Los funerales de la Mamá Grande”, “El otoño del patriarca”, bla, bla, bla… y también “El amor en los tiempos del cólera”, edición de bolsillo.
-Psche… edición de bolsillo, letra pequeña, tapa blanda. No me sirve. ¿No tiene otra cosa mejor, hombre?
-Pues…

El dueño de la casa escrutaba la pila de volúmenes con gesto dubitativo, rascándose la cabeza, mientras el forastero, con el ejemplar de bolsillo en una mano y la copa en la otra, sopesaba la calidad del tomo con desdén.

-En fin, como comprenderá yo ya dispongo de ese título en edición de lujo. Lo que usted me muestra no le llega ni a la suela del zapato. De manera que no tenemos nada más que hablar.

El vendedor soltó el vaso, apretó el puro entre los dientes, parpadeó repetidas veces para evitar el humo en los ojos, y con las mismas, guardó dentro de la caja todos los libros que había encima de la mesa excepto el suyo. Después, sin mediar palabra, le colocó al dueño del piso la voluminosa caja en el regazo, le cubrió los hombros con una chaqueta y le condujo hasta la puerta de la calle.

-Ya sabe, cuando tenga otra cosita mejor que ofrecerme vuelva por aquí. Buenas tardes.

Cerró suavemente dejando al dueño de la casa en el rellano del piso.
Éste, aún con cara de estúpido, miró a derecha e izquierda, dudó, dudó más, dejó la caja en el suelo, se atusó el cabello y se colocó el nudo de la corbata. Después, con renovada energía, pulsó el timbre del vecino y, cuando abrió, le ofreció la obra completa de García Márquez por un módico precio. En realidad parecía un buen hombre.

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