lunes, julio 12, 2010

TE VAS A ENTERAR




Cuando mi verdugo acabó con mi vida y empezó con la otra, no supo qué hacer conmigo y me arrojó a lo más profundo de un arcón congelador. Sentí cómo se cerraba la tapa de golpe, y después el espacio se quedaba sumido en el frío y en las tinieblas. Poco a poco mis ojos se fueron acoplando a la oscuridad y me di cuenta de que allí yo no era la única, ese sitio estaba sembrado de cadáveres, es decir, mi verdugo era un asesino en serie, y a juzgar por lo bien muertos que estaban todos esos, también debía de ser un asesino en serio. Me pareció que llevaban bastante tiempo allí dentro, sus rostros mostraban, aparte de las oquedades vacías de sus ojos, una perenne sonrisa bobalicona de autocomplacencia, por lo visto se habían acostumbrado a vivir en el arcón y eran felices como niños de pecho.
Me sentí incómoda, la verdad, olía raro, como a comida atrasada, pues además de mis homólogos, aquello estaba plagadito de restos de alimentos congelados. Me hice un hueco entre unos paquetes de hamburguesas, duras como piedras, y me dispuse a esperar acontecimientos. Observé, pasados unos días, que mi verdugo cada noche tenía la costumbre de acercarse al arcón, echaba un vistazo, contaba todos los cadáveres, uno, dos, tres, cuatro… y cuando se cercioraba de que todo estaba en perfecto orden, cerraba de un portazo y se iba.
A veces se olvidaba de cerrar, y yo, por optimizar los recursos energéticos, por no romper la cadena de frío de los alimentos congelados –y de los cadáveres, claro-, y porque soy buena gente, le chistaba para que cerrase: chisst, chisst…, le decía, entonces él se daba la vuelta, cerraba y se marchaba otra vez.
Yo les confesaba a mis colegas del arcón: cualquier día aprovecho uno de esos descuidos y me voy. Ellos, sin mirarme –entre otras cosas porque no tenían con qué-, respondían con sarcasmo: ¿Y qué crees que vas a encontrar ahí fuera? La misma mierda que aquí, sólo que sin congelar… ¿por qué piensas que no nos hemos ido nosotros antes que tú? Aquí ya tenemos nuestro hogar, nos sentimos queridos.
Les escuchaba con desdén, como quien oye llover, con repulsión, como quien oye un insulto, con escepticismo, como quien no se siente “querido” en un sitio, y con un… puntito de íntimo orgullo, pues estaba –y estoy- bien segura que ése no es el lugar más adecuado para enterrar una muerta de sangre caliente como yo, en cuanto pueda me largo, pensaba en voz alta.
Hace tan sólo unos días ha vuelto a ocurrir, de nuevo se ha dejado abierto el arcón, pero esta vez no le he chistado, cuando se ha dado la vuelta, sin apenas despedirme de los otros cadáveres, he saltado al exterior y me he dado a la fuga. Ahora soy un cadáver errante, y ellos llevaban razón, fuera hiede tan mal como dentro, apesta… para mí todo sigue igual. Pero mi verdugo va a encontrarse mucho mejor de ahora en adelante sin sentir sobre su conciencia mi mirada inquisidora.

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