martes, agosto 24, 2010

VERDADERO O FALSO

OLLA DE SAN VICENTE, RÍO DOBRA, RIBADESELLA


Hay ciertos asuntos viajeros sobre los que uno debe o no debe hacer mucho caso, a saber:

a) Las guías viajeras, cuando hablan del grado de dificultad respecto a una ruta senderista, a veces mienten como bellacas, pues dicha dificultad depende en gran parte, más que de su propia naturaleza, de la objetividad y percepción de quien escribe la guía.
En el caso de la excursión a la Olla de San Vicente, a lo largo del río Dobra, es cierto que puede ser considerada como una ruta bastante asequible en cuanto al tiempo que se emplea en ella, en cuanto a desniveles y en cuanto a fácil localización. Ahora bien, posiblemente debido a las últimas riadas, las que se produjeron en el pasado junio, la senda que discurre paralela al río se ha visto muy afectada por el arrastre de piedras, por los despeñes desde los montes aledaños y por el terreno que ha escomido el propio río, rompiendo a veces con la solución de continuidad de dicho sendero, y reduciéndolo a escasos centímetros bajo los cuales se abre un cortado que, de perder el equilibrio, nos llevaría directamente a estrellarnos sobre las rocas redondas o afiladas que descansan sobre el agua, y que nos esperan frotándose las manos de regocijo –yo he visto cómo se las frotaban cuando miraban hacia arriba mientras, pobre de mí, me aferraba con las mías a los pedruscos del suelo como podía, en actitud poco menos que simiesca, burlando con más pena que gloria el precipicio-

b) Cuando un asturiano nos dice respecto a un enclave de montaña: “La carretera está bien, se llega hasta allí en coche”, tampoco conviene hacer mucho caso y no tomárselo al pie de la letra. Pues también en estas circunstancias la bondad de la carretera depende en buena parte de la percepción del lugareño, que suele ser tirando a optimista. Ahora bien, en una cosa no mienten, ¡por supuesto que se llega hasta allí en coche! No queda más remedio, si no, ya me dirán ustedes… cuando nos encontramos en pleno ascenso de una carretera estrecha cual lavativa, empinada como una pared, tanto que uno se siente Spiderman por momentos, esos escasos momentos que nos dejan de respiro los entresudores y los acojones varios que pugnan por paralizarnos, una senda en la que no se puede cambiar de sentido porque no hay dónde poder hacerlo, y claro… tampoco, por el mismo motivo, puede uno aparcar y seguir trayecto caminando… en fin, qué hacer... pues no queda más remedio que seguir zigzagueando, curva va curva viene, rampa va rampa viene… hasta llegar a la cumbre, so pena de abrazar la otra alternativa: la de dejarnos caer blandamente al hondo precipicio que, invariablemente, se abre a uno de los lados del camino y que, como en el caso de las piedras del río, se frota las manos desde las profundidades abisales esperando engullirnos y convertirnos en pasto de los discípulos del averno. Como quiera que esta segunda opción sea la menos recomendable, salvo en esos casos de querer abandonar rápidamente este mundo absurdo y cruel, a uno no le quedan más “coyones” que “llegar hasta allí en coche”.

Lo dicho… no se fíen ustedes ni de todo lo que lean ni de todo lo que oigan.


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