La musa inspiradora duerme en las sombras de su alcoba.
Los sueños, bien despiertos, asolan al escritor
y se deslizan patinando sobre una pista de tinta negra.
Van surcando caminos de papel satinado
con aromas a tabaco y a madera de caoba.
Al alba, la musa, laxa, ahoga un suspiro y perece,
mientras la mano del artista la cuna de un poema mece.
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