lunes, octubre 18, 2010

VINE AL MUNDO Y ME QUEDÉ (cap. 1)


Vistas las cosas de ese modo, un buen día vine al mundo y lo hice por el método más tradicional y conocido, es decir, a través de un túnel. Dicen que cuando nos vamos de él, del mundo, también lo hacemos a través de un túnel, pero yo sospecho que debe ser distinto conducto, pues me da la impresión que ese desagüe inicial que nos trae hasta la vida, con el tiempo se atora lleno de escombros y detritus.
Cuando nací era pequeña de estatura, no digo que como todos los niños, de hecho yo nací midiendo un metro cincuenta y cinco centímetros, y así me quedé para los restos, aspecto que me enoja bastante, la verdad, pues de todos es sabido que cuando una mujer es agraciada de facciones, y pequeña de estatura, sólo logra con el tiempo arrogarse la condición de simio… “qué mona es… es monísima…” Por el contrario, cuando además de agraciada, es alta y delgada como su madre, suele arrogarse la condición de buena… “qué buena está la tía…” Dando por legítima mi pretensión de estar buena antes que de ser mona, se deduce que, si bien no he vivido frustrada por tal hecho, también es verdad que me ha jodido bastante no dar la talla. Pero a lo que íbamos… nací sana, que es lo principal.
Mi madre, mujer habilidosa donde las haya, solucionó el tema del parto de un plumazo, es decir, lo solventó en un quítame allá esas pajas, mientras se metía entre pecho y espalda un bocadillo de mortadela porque la economía no daba para jamón de Guijuelo. Parió en casa de su madre, le asistió una comadrona de las de antaño, estamos hablando del siglo pasado… no me chocaría además que la comadrona también fuese barbera, sanadora y encantadora de serpientes. Y naturalmente parió en su pueblo, que es el mío, una localidad de la Tierra de Campos de cuyo nombre sí quisiera acordarme pero no puedo, donde los lugareños son gente distinguida y elegante que en lugar de lucir una amapola en el testuz, o una espiga entre los labios, como los lugareños de otros pueblos más rurales, lucen una chistera bajo el brazo desde el mismo momento de nacer. ¡Bah… singularidades de mi pueblo! Hay niños que traen un pan bajo el brazo ¿no? Bien… pues en mi pueblo los niños traen una chistera y no se hable más.
La chistera le procura a uno la condición de caballero antes que de señora, de hecho yo, de siempre, me he sentido caballero como el que más…

-continuará-

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