domingo, diciembre 26, 2010

DÍAS RAROS



A veces uno deambula por la calle sin salir de casa y le ocurren cosas de lo más curiosas… Sin ir más lejos, el otro día mis pasos se encaminaron hacia ese mágico lugar dispensador de músicas raras, sí… justo ése, el que estás pensando, el que está bajo los soportales y frente al museo. Cuando atravesaba por la calle H, justo ésa… la que estás pensando, percibí un extraño sonido, como un quejido que salía de dentro de un contenedor de basura. No es que yo sea muy dada a escuchar lo que me cuentan los contenedores, pero me pareció que podía tratarse del gemido de un bebé o un gatito, y no dudé en levantar la tapa del siniestro cacharro. Así, a bote pronto, más semejaba aquello un arcón congelador que un contenedor de basura, pues la vaharada de frío que me dio en plena cara, hizo que me frotase la nariz enérgicamente so pena de quedárseme ésta congelada. Era un frío húmedo, lo que es un frío de cámara frigorífica. Aparte de bolsas de basura y restos de comida, no había ser vivo alguno, y lo único que llamó mi atención fue una cabeza de maniquí parlante. Era ella la que gemía o… se quejaba, no sé exactamente qué hacía. Estaba tocada con una capucha de piel de leopardo, parecía muy distinguida, la verdad. Me quedé sorprendida, aunque tampoco demasiado, una ya ha visto tanto… pero le presté atención y vi que el frío emanaba del interior de esa cosa, de la dichosa cabeza, pues a medida que expulsaba aire con sus palabras, en lugar de vaho caliente, lo que exhalaba era un aliento sepulcral, gélido.

-¿Qué te ocurre, por qué lloras?- Pregunté

-No es para menos, aquí donde me ves, en este contenedor, soy lo que parezco, una mierda, pero antes de ser basura fui la auténtica y genuina reina de las sombras, que lo sepas, ocurre que en cuanto me di la vuelta un día, un tipo me desposeyó de mi título, sustituyéndome por una palurda, una de esas jennys vulgares y ordinarias, figúrate…- respondió.

-Ah, pues no hay color… donde esté tu prestancia… qué ingrato… - Mentí descaradamente, buscando su consuelo.

-¿Quién es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿A qué dedica el tiempo libre…?- Pregunté sin demasiado interés, nada más que por cumplir.

-Es un ladrón que me ha robado todo- respondió la decapitada.

-Mujer, dame algún dato más, así no sé si podré ayudarte mucho, ladrones hay tantos… más aún en estas fechas del Corpus…-

-Estamos en Navidad, bonita- terció ella rápidamente, me pareció algo molesta -el tipo ése… luce una corbata muy larga, superlativa, la va arrastrando, y prendida de ella lleva todas sus miserias, sus tristezas, sus nostalgias y recuerdos, pero por más que hace no se la puede arrancar del cuello, es como un castigo o algo así, ah… también lleva una chistera-

-Ya, pues con esa descripción no creo que se me despinte si le veo… no te preocupes, chatina, que si llego a encontrármelo por ahí, le daré su merecido-

Cerré la tapa del arcón y proseguí mi camino, nunca he sido amiga de inmiscuirme en los asuntos amorosos de nadie y mucho menos en los de ciertas maniquíes congeladas. Además, tengo mis propios problemas como para andar compadeciéndome de cabezas plañideras. El camión de la basura, inmisericorde, en breve vendría a realizar su tarea diaria y con ello se acabarían todas sus penas, eso es lo que pensé.
Llegué a la tienda de música, el vendedor estaba dentro, en un reservado que tiene al fondo del local, siempre anda por allí, revolviendo entre papeles. Al oír la puerta, salió a mi encuentro, afable y sonriente, con ese aire de loco que le acompaña por doquier: el cabello largo y suelto, guedejas rizadas y cubiertas de canas, unas antiparras sobre la punta de la nariz y unos vaqueros tan raídos y desgastados como el sillón de brazos que invariablemente me ofrece para que me siente. En la tienda no hay mostrador, esa función la suple una mesa grande de escritorio, parecida a esas mesas que hay en los antiguos despachos de abogados o notarios; también está cubierta de papeles, facturas y carátulas de discos. Al lado hay un pequeño aparato de música, muy corriente, lo que ya no es tan corriente es la salida… los altavoces que tiene esa tienda son impresionantes, capaces de venderle a uno el peor disco del mundo, la cuestión es que allí suena todo tan bien… Mastropiero busca y rebusca en sus estanterías, además de lo que le he solicitado, me busca sucedáneos de ese mismo estilo que también puedan interesarme; lo sabe todo de todos, conoce cualquier dato de cantantes, músicos, discográficas, en particular de jazz y música clásica, después retira el celofán de cada uno de esos discos y los pone con calma para probarlos, él nunca tiene prisa por vender, claro que tampoco tiene gente; diríase que lo que le gusta del comercio no es la venta en si, si no que prefiere escuchar un tema y otro, descubrir y probar cosas distintas, paladear la música con esa gula insaciable que parece tener… Me ruega que me siente al otro lado de la mesa despacho, en el sillón raído que muestra su espuma con descaro, como si me sacara la lengua; él hace lo propio en su butaca director. Un perro pequeño, un yorkshire que no pesará ni un kilo, gimoteaba desde el reservado del fondo. Me asomé, era Pepe, su mascota. El fulano estaba enfundado en un abrigo de cuadros escoceses y al parecer lloraba por estar atado, él no quería, claro…
Le hice un gesto de lo más mesurado a Mastropiero… ¿puedo? No esperé respuesta, entré en el cuartito-oficina dispuesta a consolar a Pepe. El animal me cubrió de lametazos y carantoñas, y después me dijo al oído:

-Sácame de aquí, quiero ir a la calle, me meo como una burra…-

-No puedo hacer eso, sólo soy una clienta- Respondí, bajando mucho la voz.

-Eso dicen todos- Gruñó con fastidio.

-Bueno… es que ellos también serán clientes- le dije un tanto apesadumbrada por no poder ayudarle.

Pagué religiosamente y me largué de allí muy ufana con mi nueva tanda de temas de jazz melódico. Me resultó curioso pensar, de regreso a casa, que no había podido ayudar a ninguno, ni a la maniquí ni a Pepe. Y me entró cierta aprensión, una especie de reconcomio que no se me sosiega en el cuerpo, como diría el Sabio… ¿me estaré volviendo tan dura como el pedernal…?
La vida es difícil y mi viejo no comparte mi devoción por el jazz, él se quedó en la Madrecita María del Carmen de Manolo Escobar; no obstante le he sorprendido alguna vez imitando la trompeta de Miles Davis mientras se sacaba la dentadura postiza y la guardaba en el bolsillo superior de la camisa, seguramente para que ésta no saliera despedida de su boca al soplar con cierta energía. No suena lo mismo, yo sigo prefiriendo la trompeta de Miles Davis. Serán manías. Pero entiendo a mi viejo: con dentadura postiza es más fácil interpretar a Manolo Escobar que a Miles Davis o a John Coltrane.
Lo tengo decidido, lo que mejor le va a la misantropía –y no digamos a la poesía- es un buen haiku, así que a partir de enero, para simplificar, me matricularé en un curso de haikus. Ya está decidido.
Lester Young & Teddy Wilson - All of Me

No hay comentarios: