domingo, febrero 27, 2011

6º poema de "Los quinientos versos que hay en mí"


Cae la tarde y el día va tras ella,
el sol en la distancia se aprecia
como faro sobre roca
rojo y encendido, es sol viejo
que muere un poco
con cada latido del crepúsculo.
La luna se anuncia cenicienta
y se debate en su salida:
duda si mostrar la facies cuarta,
la menguada o la más llena.
La jornada aminora sus quehaceres
a medida que oculta
sus tristes atardeceres,
la poetisa salmodia
una canción de amor
edulcorada con azúcar
para paliar su amargor.
Viene la musa callada,
llama a la puerta
y halla el alma dormida del poeta,
es la hora de la nostalgia,
es el momento que presagia
la realidad que ataca al recuerdo
con el filo de una catana.
Crear, escribir, girar, vibrar,
caer para no levantar…
paso a paso voy estando preparada.
La musa entra en mi mente
y arrasa prendiendo la mecha
que enciende mi llama,
ahora sí…
ahora me grita la inspiración
reclamando mi atención,
y derrama sobre mí,
cual lluvia de oro,
un manantial con ideas,
un escrito incólume y pleno
que me agranda y enaltece
o me hunde y envilece,
según dicte lo que
dictar puede un depende.
Así, poco a poco
voy creando poesía
cuando lentamente culminan
las horas su agonía,
y trazo los caminos
por donde pasea la razón,
la experiencia y lo vívido
que de mí esperan
una vuelta de tuerca
hacia el absurdo y lo irreal.
Éste es el proceso creativo
que de un modo natural
lleva a los poetas
al sitio donde nace la lírica,
crece la épica,
se desarrolla la bucólica,
y cuando mengua el tiempo del amor
y aumenta el desamor,
también muere la idílica.

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