lunes, febrero 28, 2011

7º poema de "Los quinientos versos que hay en mí"



De lleno sumida
en la penumbra de la noche,
aumentan y me asaltan mil temores,
las lágrimas pugnan
por llover sobre mi almohada,
movidas por variadas intenciones.
Es el pan de cada noche,
es la chispa que calienta mis motores,
pantufla cálida de invierno,
gorro de dormir,
asalto de cama en primavera,
inquietantes y pérfidas visiones,
mil nubes de asfalto gris
pueblan mis oscuridades de pesadillas,
son sueños retorcidos y apretados
entre amasijos de hierro
que sólo acaban
cuando termina la noche
al izarse el nuevo día.
Las persianas que velan mis ojos
se estiran celando las ventanas,
y dan rienda suelta a mi anarquía,
la que gobierna el lado
más amable de mi mente,
el hemisferio que yo prefiero,
que es el que vive
más cerca del corazón
y más lejos de la razón.
La musa ya instalada
y aún dormida,
se despereza al llegar
el conticinio de la hora vaga,
y presiente que se aproxima
la cita con el ingenio,
el momento de la acción.
Busca alimento con gula
en los archivos de mi memoria,
despensa pletórica de viandas que,
merced al mucho tiempo
que ha trabado mi alma
y cuerpo a la existencia,
se ofrece cual pantagruélico festín
a los ojos de la ilusa.
De tal modo que devora con avidez
cuanto de bueno y de malo hay en mí,
traduciendo en letras sobre papel,
mi sentir, mi recordar,
mi discurrir a través de esta
frágil jungla de cristal
que arranca en el ahora,
se pierde en el ayer
y no se encuentra en el mañana.
Así, poco a poco almaceno
en mis cuadernos poesía,
y diseño legajos
que miran de soslayo
el rostro suave de la lírica,
reunidos los versos,
todos ellos atados en gavillas,
versos que a esta hora,
la más preclara del día,
ya suman más de doscientos
y van poniendo los cimientos
de lo que va dando en ser
algo más de dos veces ciento.

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