jueves, marzo 03, 2011

9º poema de "Los quinientos versos que hay en mí"


Para ser un buen poeta
hay que vivir prendido
de la cola de un cometa,
fugaz estrella de la ilusión.
Es mi universo de letras,
en el que vivo sumida,
un micromundo de menta
que a veces me da la vida
y otras, por contra,
me pone en venta
para el mejor postor.
Hay un punto de locura
dentro de mi razón
que me mueve a navegar
en una nave nodriza,
surcando el mar sideral
de las esperanzas muertas,
donde la nave mayor,
de la que eres capitán
y a pesar tuyo lideras,
cuando pierde combustible
mira en mi dirección
para repostar cariño
y para mitigar la angustia
de haber extraviado el norte,
la brújula, la carta de navegación,
la dignidad y las formas
y la identidad que esconde
una tarjeta rota
con tu efigie por un lado,
y al dorso una nota
escrita de tu mano
donde no dice te quiero,
sólo pone pasaporte.
Los días van caducando,
mis recursos ya se agotan,
cuatrocientos no son nada,
los versos que llevo escritos
han salido de la manga,
se han fugado
a través de un descosido
donde faltan,
además de tela e hilo,
la aguja, el dedal,
la modista y la puntada.
Así, poco a poco
voy cosiendo poesía,
y a la vez que remiendo mis harapos
voy repasando tus trapos,
esas frases que salmodias en silencio
y esparces cada noche
como gotas de rocío en mi ventana.
Son retales de canción,
jirones de algodón
rasgados en otro idioma
que no entiendo,
y, como si fuese un puzzle,
en las baldosas extiendo
del suelo de mi habitación
para formar el poema que me envías
bajo un código secreto,
oculto en un calendario
con saludo y epitafio
como un réquiem al amor.
La modista que hay en mí,
con pulcritud exquisita
hilvana frases,
festonea las palabras,
y rompe ojales para
abrochar los males
derivados de tu ausencia
en previsión de no volver a sentirte,
pues de no verte
una se ha vuelto maestra
de un complicado arte,
como experta en el oficio
del corte y la confección.

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