sábado, marzo 05, 2011

CONFLICTO CAPILAR

Lo mío con las peluquerías viene de lejos, es una especie de relación amor-odio en la que, al menos y por suerte, no impera ningún tipo de dependencia, ni obliga el deber, adhesión, afición… salvo esa pequeña necesidad que surge de vez en cuando de ir a cortarse las guedejas, en mi caso bastante exiguas, más exiguas en cuanto a la longitud que a la cantidad.
Coincide que hoy he acudido de nuevo a una de dichas instalaciones para raparme la cabellera a “mi manera”. Suelo hacerlo una vez por mes, mi rapado capilar, por tanto, es una suerte de menstruación castrante. Mi condición de persona infiel -según para qué cosas-, me ha llevado muchas veces a convertir este hábito del rapado en un hábito itinerante, o sea, cada vez a un sitio; si bien últimamente me he vuelto más conservadora –según para qué cosas- y repito peluquería por razones que más adelante expondré. La que prefiero es una de ésas no consideradas de barrio, y no porque yo sea muy fina o exigente con el trato o la técnica a emplear, sencillamente es que en las peluquerías catalogadas como “elitistas” disponen de todo un ejército de peluqueras/os que te asaltan en cuanto apareces por la puerta, reduciendo sensiblemente el tiempo de espera y estancia en ellas –que es de lo que se trata-
Acostumbro a llevar el cabello extremadamente corto, me gusta y me veo favorecida, puede que esté en un error creyendo eso, en todo caso, es mi problema. Yo lo denomino look campo de exterminio. Bien, pues me las veo y me las deseo para que las peluqueras entiendan, y sobre todo, acepten mis pretensiones, sin entrar en valoraciones o ponerlas en tela de juicio.
De momento hoy, cuando la señorita de turno se ha dispuesto a lavarme la cabellera, ha debido de entender que mi corte no era un corte de mangas radical, sino más bien un recorte o simple arreglo de “puntas”, pues se ha entregado a la tarea de lubricar mi cuero cabelludo repetidas veces, con ungüentos, lociones y afeites, masaje va, masaje viene, como si mis guedejas fuesen las de Lady Godiva o algo así. Me ha tenido como un cuarto de hora o más con el cuello en híper-extensión sobre el lavacabezas, aplicando toda suerte de mejunjes, yo me preguntaba, mientras pensaba en mis cervicales, a las cuales adivinaba ya con un sospechoso tinte necrótico, para qué coño me aplicaba tanta leche si me iba a rapar acto seguido, qué sentido tiene que a uno le cuiden la pelambrera con proteínas de seda si la van a arrojar al cubo de la basura en cuestión de minutos, pero bueno… soy paciente y educada, soy discreta, aunque a veces ofrezca otro perfil más bravo, y por tanto callé. No dije nada.
Concluida la tarea de jabonado -y lubricado- en el tren de lavado, pasé a esa especie de sillón quirúrgico donde a uno le extirpan las greñas excedentarias. La joven me preguntó “cómo”, yo le dije “todo”, ella dijo “¿cómo?”, yo le dije “¡todo!”… y ya empezamos con la burra a brincos, que si no será mucho, que si me veré “rara”… señorita, pensaba yo, sepa usted que yo jamás me veo rara, en todo caso veo rarezas y singularidades a mi alrededor que no se las salta un gitano, y como soy paciente, educada y discreta, no digo esta boca es mía.
Otra peluquera que se empleaba a fondo con una señora en el asiento de al lado, y que ya me ha cortado en otras ocasiones, intervino antes de que yo diese en argumentar:

-Hazle caso, siempre lo lleva así, y es de las que cuando dice lo quiero corto, es que lo quiere corto ¿entiendes?- Y le hizo un gesto la mar de elocuente, que yo interpreté como “aquí donde la ves, tan inofensiva, esta tipa tiene la cabeza más dura que un apóstol, no la convencerás de otro corte por más que lo intentes…”

Total, que la profesional de la tijera procedió y lo hizo bien, la verdad, he de reconocer que nunca he salido a disgusto de dicha peluquería.

Tras el corte, viene la segunda parte… no es otra que cuando intentan peinarme, siempre quieren peinarme, qué demonios quieren peinarme es lo que yo digo ¡¡¡si no tengo pelo, ellas mismas se lo han llevado de calle, como no me peinen el c…!!! Al final les convenzo de lo evidente, no hay pelo que peinar, y se conforman con lanzarme un chorro de aire caliente para hacer como que me secan –en realidad el pelo lleva seco ya diez minutos-.
Por último, y con esto sí que no puedo, es cuando se empeñan en aplicarme no sé qué producto, una especie de bálsamo de Fierabrás, que le procura un sinfín de propiedades a mi –casi- desaparecido cabello. Yo me niego en rotundo, claro está, y empieza el forcejeo:

-Sí, mujer, sólo un poquito de cera-
-Que no, que no quiero pomadas…-
-Venga… pues una loción vigorizante que le pone el pelo…-
-…como un adoquín- corto yo, un poco crispada, la verdad.
-Nooo… este producto no, es muy suave, no mancha, no…-
-Que no, no insista, no quiero adhesivos ni fijadores-

Impertérrita, me cuadro en el asiento con gesto ceñudo, pensando en qué pensaría un coco liso como Yul Brunner si le quisiesen calzar una de esas pomadas vigorizantes. Al final, me salgo con la mía, o no… a veces la profesional camufla una pequeña dosis de ungüento, del tamaño de una avellana, y cuando más descuidada estoy ¡zas! me la deposita sobre la cocorota como si fuese la cagada de una paloma, confieso que a la que le dan ganas de cagarse es a mí, pero en sus muertos. Ocurre que como soy paciente, educada y discreta, no digo nada y me muerdo la lengua aunque me envenene yo.
Finalizada la intervención, me levanto del asiento para pagar los honorarios correspondientes, y es entonces cuando se produce siempre el extraño fenómeno… la propia peluquera que me ha atendido y otros de sus compañeros/as, me examinan con complacencia, comentando en voz alta lo acertado del corte, loando lo bien que me queda, y señalando que para un corte tan arriesgado –en femenino- es preciso tener una forma de cráneo perfecta y una nuca también de buen ver, o sea… -y según dicen, muy satisfechos- como la mía, de tal modo que se felicitan y terminan por estar convencidos de que han sido ellos los promotores de mi nuevo look, y no yo.
Dame paciencia, Señor, y educación y discreción… para seguir sobrellevando esta cruz que tengo con las peluquerías.

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