miércoles, marzo 02, 2011

SENSACIÓN


Tengo una sensación de vacío, como si fuese un orificio que horada mi estómago. A través de él, miro y veo la calle, veo la gente pasar, la alegría, la luz, el sol, los árboles, los faros de los coches, los ancianos que deslizan su gran pasado y su incierto futuro sobre el pavimento, los deportistas que trotan, sudorosos, obviando a las parejas que se besan, se aman y luego se dejan. También veo mi soledad alargada, lo mismo que una alfombra. Muchas personas pisan por encima de ella, pasan y se tropiezan con sus arrugas, son viandantes bulliciosos además de solitarios, que caminan arrastrando sus propias alfombras de quietud y de tristeza.
Al final de la calle de la Vida confluyen todas nuestras alfombras, las de los alegres y las de los tristes, e intentamos disimular no queriendo en ningún caso presumir de que la nuestra es la más larga. Mentimos, nos inventamos amigos que van de paso, conocidos con los que confraternizar de un modo sospechoso y con un cierto tufillo a rancia camaradería cuartelera, pero siempre necesaria y bien recibida para elevar nuestra autoestima a cotas razonables, lo suficientemente razonables y austeras como para no caer en tremenda depresión. Así, creamos mundos de colores lejos de nuestro punto de mira, viajamos y lo hacemos de forma compulsiva, devorando asfalto, surcando nubes, haciendo largas esperas, colas interminables en aeropuertos y en carreteras para oír rugir mares y para ver amanecer cielos cada vez menos azules; para escalar montañas cada vez menos grises, cada vez más contaminadas; para ver un arte corrompido por hordas de turistas cargados con cámaras digitales, y con libros de viajes que ya nos van dando cuenta de todo lo que vemos antes de llegar.
Mi alfombra de soledad termina donde empieza la tuya de melancolía, y la tuya de tristeza, o la suya de nostalgia o la de aquel otro, de frustración.
De ese modo tapizamos el suelo que pisamos, un suelo del que todos, más pronto o más tarde, queremos huir, volar, escapar…
El vacío que yo siento es lo único sólo mío, porque la alegría siempre es compartida y contagiosa, éste –vacío- es lo cierto que hay en mí y que me acompaña cada mañana y cada tarde, es lo real de cada noche imaginada.

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