lunes, abril 04, 2011

ETAPAS


De los veinte a los treinta somos como el hierro, inflexibles y radicales por definición: Nos creemos inmortales además de imprescindibles.


De los treinta a los cuarenta nos vamos volviendo como el cobre, más flexibles y por opción: Empezamos a sospechar que lo bueno no dura siempre, aunque seamos necesarios.


De los cuarenta a los cincuenta nos hacemos tolerantes y maleables como la arcilla, y lo hacemos por convicción: Estamos completamente seguros que ya hemos cruzado el umbral de “la mitad” y, para colmo, algo nos dice que nadie es imprescindible –nosotros tampoco-.


De los cincuenta a los sesenta nos volvemos blandos como el algodón o la espuma, eso sí, por necesidad: No nos importa no llevar la razón, con tal de vivir bien lo que nos va quedando, y a sabiendas de que sólo precisan de nosotros personas puntuales y en momentos puntuales.


De los sesenta en adelante somos como el humo, y no por gusto, sino por obligación, puede que difíciles de contener, pero en disposición de una levedad tal, que hace que nos preguntemos a veces si hubo ocasión alguna en que tuviésemos la razón, y en ese caso ¿dónde coño la pusimos, que ahora no hay quién la encuentre? Lo único que en el fondo nos preocupa es ignorar dos datos que están presentes en nuestras vidas: la fecha de caducidad que determina qué cosas nos dará tiempo a hacer hasta entonces, y nuestro código de barras, que informa acerca de si nos veremos obligados algún día a necesitar de los demás para poder seguir tirando.

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