domingo, diciembre 25, 2011

AHOGADA EN SU ESPUMA



Con él me estaba ocurriendo lo que tantas y tantas veces me había pasado con otros: cada vez que un hombre se muestra fascinado por mi, delante de una cerveza, a la hora de elegir entre ella o yo, mi imagen invariablemente se diluye y desaparece entre la espuma de la rubia o de la tostada de turno, según preferencias.
La diferencia era que éste no me desnudaba con la mirada como otros, tal vez debido a una enfermiza obsesión por preservar su imagen de caballero andante de acrisolada conducta, educado, de modales intachables cuya honorabilidad está fuera de toda duda. Tal vez... temía que si posaba su mirada sobre ese punto de inflexión que tengo ubicado una cuarta por debajo de la barbilla, el bloque de piedra que había levantado entre los dos, para salvaguardar la integridad e intimidad de sus emociones, se derritiese en pocos segundos como los pequeños bloques de hielo que me habían puesto en el café, quedando reducido dicho muro a una insignificante nada.
Le lancé una mirada que de puro inocente era incendiaria, qué digo... temeraria, una sonrisa cordial y, mientras poco a poco me ahogaba en la espuma de su cerveza, le hice sentir como el Astro Rey, consiguiendo, así, que el resto de las cosas que ocurrían en esos momentos en el universo fuesen simples satélites, derviches danzarines y ciegos que girasen en torno suyo.

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