martes, diciembre 27, 2011

CASI UN RÉQUIEM

¡Jesús, María y José, qué paciencia!
Estoy harta de abstinencia,
de su franca indeferencia,
de su absoluta indolencia
y de pagar penitencia.
Perdone usted la insistencia,
mire, se lo digo con cadencia,
con calma y sin violencia:
entiéndame bien, Eminencia,
que mi mal es la inocencia,
no hago caso a la coherencia,
ni a la voz de la conciencia,
ni al futuro ni a la herencia.
¿Qué más da? Me importa un pito,
yo sólo quiero quererle
aunque él a mí no me quiera,
yo sólo quiero mirarle
aunque él a mi no me mire,
ni me hable ni me entienda.
Por eso, con su anuencia,
y merced a su aquiescencia,
pido a vos, Señor, clemencia,
para que me eche una mano
en cuestiones de intendencia,
y que ese cuerpo serrano
-lo digo con toda prudencia-
se deje caer un día
por donde usted y yo sabemos,
y a modo de una ponencia
me exponga su inconveniencia
a brindarme su elocuencia
-ya no digo su querencia
y menos su concupiscencia,
qué horror, qué indecencia-,
me conformo con bien poco:
apelo a su complacencia
para dejarse querer
y no ser hostil conmigo,
y así, como consecuencia,
demos fin a esta demencia
que mina y horada,
poco a poco, mi existencia.
Amén.

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