viernes, diciembre 23, 2011

EL EXPOLIO


Vinieron unos hombres a por mí, eran tantos que fui incapaz de contarlos. Les había de todas las razas y tamaños. Yo estaba sentada escribiendo, como siempre. Traían consigo una orden judicial, según la cual debían arrestarme y llevarme presa a algún sitio. Pregunté la razón, aunque a decir verdad sin un gran entusiasmo, pues mientras escribo no me gusta que me distraigan, y el hecho de que me lleven presa o no, no deja de ser una mera anécdota de lo más literaria, de modo que seguí escribiendo como si tal cosa. Gracias a mi actitud pasota, ellos perdieron la paciencia y por más que buscaron no la encontraron, así que me levantaron del asiento con muy malos modales, pues, según dijeron, no tenían todo el día para estarme contemplando. Entonces sacaron un envoltorio de un saco y de él extrajeron una prenda, lo que me pareció una camisa de fuerza, eso sí, la mar de bonita, en vez de correas, ésta tenía encajes y remates de puntillas. Muy furiosos empezaron a revolver cajones y baldas, registraron todos mis papeles, que no son pocos, y destruyeron aquellos que estaba escribiendo en ese momento, arrojándolos después al fuego de la chimenea.
Observé sus maniobras en medio de un gran estupor y tristeza, aunque no dije nada por si acaso. Más tarde volví a preguntar -esta vez con mayor interés-, pero tampoco me respondieron, eso sí, les oí cuchichear algo: “Mucho cuidado con ella al sujetarla, puede resultar peligrosa, está muy enamorada…”
Contra todo pronóstico no opuse ningún tipo de resistencia cuando me abrocharon la camisa por detrás; y mis ojos, secos y vacíos, no derramaron ni una sola lágrima al ver mis cartas de amor reducidas a cenizas.

No hay comentarios: