miércoles, julio 04, 2012

Dios de miel

Repasaba lo que había escrito una y otra vez: "...te amaré, dios de miel, tortura de ala, con la misma encendida resistencia con que te huí mujer y árbol me entrego”.
Algo no encajaba bien en el texto: el dios sí, en su sitio, las alas... h...umm… también, la miel, a rebosar en el tarro, el amor... algo incuestionable, las llamaradas de la pasión, tan próximas al frondoso laurel que amenazaban con quemarle vivo, pero ¿y la mujer...? ¿Dónde estaba la mujer?
Se palpó el pecho con aprensión. Él era un hombre... un hombre...sí... ¡un hombre! Por mucho que huyese nunca sería una mujer y muchísimo menos un cobarde.
-¡¡Ya está!!-
Respiró aliviado. Con gesto triunfal introdujo la pluma en el tintero y corrigió el párrafo de nuevo.
– ¡Qué tontería! Sólo se trata de un fallo ortográfico, cuestión de un par de comas. Esto ya es otra cosa: ...Te amaré, dios de miel, tortura de ala, con la misma encendida resistencia con que te huí, mujer, y árbol me entrego-

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