La Diva había sido
y era una gran actriz, una actriz como la copa de un pino aunque ahora ningún
productor se acordara de ella.
Hacía años que no
trabajaba porque a su edad ya no encajaba en ningún papel. Pero tenía una
cómoda y desahogada posición económica que le permitía repartir su tiempo,
entre el descanso en su rancho de Texas y las compras en Nueva York.
Ya habían pasado
aquellos maravillosos años en los que era una actriz cotizada y codiciada y no
podía acudir a ningún evento sin ser reconocida y aclamada.
Los hombres estaban
locos por ella y las mujeres la envidiaban; pero todos, sin excepción, la
admiraban.
Siempre que salía a
la calle lo hacía rodeada de una nube de fotógrafos y de curiosos que, entre
flashes y empujones, pugnaban por obtener la mejor imagen de la diosa.
Ahora, en cambio,
nadie disputaba el primer puesto para pedirle autógrafos ni los periodistas la
importunaban con preguntas tontas sobre sus affaires sentimentales.
Con tres divorcios
a sus espaldas y sin hijos, su madurez se veía rodeada por la más triste y
absoluta de las soledades.
Había intentado
tener hijos en varias ocasiones, le hubiese gustado, pero siempre había
fracasado, sus entrañas resultaban tan estériles como las áridas tierras que
circundaban su rancho.
En el amor también
había fracasado, cuando creyó encontrar al hombre con el que pasar el resto de
su vida, tras muchas aventuras amorosas, un accidente de tráfico dio al traste
con sus esperanzas.
Y para colmo de
males ya no significaba nada en el mundo del celuloide.
No necesitaba el
dinero, pero sí la fama, el calor de la gente, sentirse querida de nuevo. Había
pasado por el quirófano en incontables ocasiones tratando, sin éxito, de
recuperar la frescura y la lozanía de un rostro ya marchito y macilento.
Hoy estaba decidida
a que fuera un día importante en su vida y se había vestido para la ocasión.
Sentada en su diván
favorito, vestía su traje de noche más glamouroso. Cubría sus hombros con una
espléndida estola de martas cibelinas e, impecablemente maquillada y adornada
con sus más valiosas alhajas, se preparó un whisky con hielo y encendió un
cigarrillo. Se recostó en el sofá y tomó el frasco del somnífero que consumía habitualmente.
Lo abrió despacio. También destapó un frasco de antidepresivos y volcó el
contenido de ambos en su mano izquierda llevándose un puñado de pastillas a la
boca.
Sonó el teléfono,
impertinente, ella lo miró pero permaneció impertérrita, inalterable, sin mover
un músculo ni hacer un solo gesto. Tomó su copa sin pestañear y se tumbó como
una diva, como lo que era. El cabello rubio y alborotado rodeaba su cabeza que
yacía sobre un cojín de terciopelo.
Sólo el timbre del teléfono rompía la magia del momento,
mezclándose con las notas de las Walkyrias que salían del aparato de música del
salón.
.......................................
El gran ídolo cerro los ojos, se encontraba a gusto,
como flotando. Nunca se había sentido así en su vida. Una sensación de placidez
y de calma le subía desde los pies, rodeando sus piernas primero y después
abrazando el resto de su cuerpo.
Se notaba transportada a un mundo onírico y en sus
sueños se veía pequeñita, pequeñita, corriendo de la mano de su padre, como
cuando vivía en Utah.
Poco a poco fue perdiendo la conexión con la realidad y
con sus propias ensoñaciones. El frío se iba apoderando de ella y cortaba su cintura y su respiración. Entre brumas,
como en un delirio, oyó los pasos apagados de su mayordomo, que venía por el
pasillo en dirección al salón. Sintió como levantaba el auricular del
incordiante teléfono.
-Alló-
El cuerpo de la diosa, inerte en el diván, se hacía cada
vez más y más pesado, mientras ella se veía a sí misma como si estuviera en un
plano superior, dentro de una nebulosa, y se iba sintiendo cada vez más y más
ligera.
Percibió la voz del mayordomo, y por lo que decía, al
otro lado del hilo telefónico se encontraba un famoso productor de Los Angeles.
-Lo siento, Sr. Lynch, la señora está descansando en
estos momentos, ¿Quiere que le dé algún recado o prefiere llamar más tarde?
Una pausa, un silencio.
-De acuerdo, le dejaré su mensaje. Se pondrá muy
contenta cuando sepa que cuenta usted con ella para su próxima película, seguro.
La boca seca de la diva no pudo exhalar un solo suspiro.
El frío ya se había instalado en todo su cuerpo y atenazaba su garganta
apretándola con la fuerza de una garra. Su mano derecha rodó desde el diván
hasta el suelo y cuando sus dedos se separaron dejaron caer un frasco vacío.
ooooooOOOoooooo
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