jueves, agosto 30, 2012

LA DIVA




La Diva había sido y era una gran actriz, una actriz como la copa de un pino aunque ahora ningún productor se acordara de ella.
Hacía años que no trabajaba porque a su edad ya no encajaba en ningún papel. Pero tenía una cómoda y desahogada posición económica que le permitía repartir su tiempo, entre el descanso en su rancho de Texas y las compras en Nueva York.

Ya habían pasado aquellos maravillosos años en los que era una actriz cotizada y codiciada y no podía acudir a ningún evento sin ser reconocida y aclamada.

Los hombres estaban locos por ella y las mujeres la envidiaban; pero todos, sin excepción, la admiraban.

Siempre que salía a la calle lo hacía rodeada de una nube de fotógrafos y de curiosos que, entre flashes y empujones, pugnaban por obtener la mejor imagen de la diosa.

Ahora, en cambio, nadie disputaba el primer puesto para pedirle autógrafos ni los periodistas la importunaban con preguntas tontas sobre sus affaires sentimentales.

Con tres divorcios a sus espaldas y sin hijos, su madurez se veía rodeada por la más triste y absoluta de las soledades.

Había intentado tener hijos en varias ocasiones, le hubiese gustado, pero siempre había fracasado, sus entrañas resultaban tan estériles como las áridas tierras que circundaban su rancho.

En el amor también había fracasado, cuando creyó encontrar al hombre con el que pasar el resto de su vida, tras muchas aventuras amorosas, un accidente de tráfico dio al traste con sus esperanzas.

Y para colmo de males ya no significaba nada en el mundo del celuloide.

No necesitaba el dinero, pero sí la fama, el calor de la gente, sentirse querida de nuevo. Había pasado por el quirófano en incontables ocasiones tratando, sin éxito, de recuperar la frescura y la lozanía de un rostro ya marchito y macilento.

Hoy estaba decidida a que fuera un día importante en su vida y se había vestido para la ocasión.

Sentada en su diván favorito, vestía su traje de noche más glamouroso. Cubría sus hombros con una espléndida estola de martas cibelinas e, impecablemente maquillada y adornada con sus más valiosas alhajas, se preparó un whisky con hielo y encendió un cigarrillo. Se recostó en el sofá y tomó el frasco del somnífero que consumía habitualmente. Lo abrió despacio. También destapó un frasco de antidepresivos y volcó el contenido de ambos en su mano izquierda llevándose un puñado de pastillas a la boca.

Sonó el teléfono, impertinente, ella lo miró pero permaneció impertérrita, inalterable, sin mover un músculo ni hacer un solo gesto. Tomó su copa sin pestañear y se tumbó como una diva, como lo que era. El cabello rubio y alborotado rodeaba su cabeza que yacía sobre un cojín de terciopelo.

Sólo el timbre del teléfono rompía la magia del momento, mezclándose con las notas de las Walkyrias que salían del aparato de música del salón.

 

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El gran ídolo cerro los ojos, se encontraba a gusto, como flotando. Nunca se había sentido así en su vida. Una sensación de placidez y de calma le subía desde los pies, rodeando sus piernas primero y después abrazando el resto de su cuerpo.

Se notaba transportada a un mundo onírico y en sus sueños se veía pequeñita, pequeñita, corriendo de la mano de su padre, como cuando vivía en Utah.

Poco a poco fue perdiendo la conexión con la realidad y con sus propias ensoñaciones. El frío se iba apoderando de ella y cortaba  su cintura y su respiración. Entre brumas, como en un delirio, oyó los pasos apagados de su mayordomo, que venía por el pasillo en dirección al salón. Sintió como levantaba el auricular del incordiante teléfono.

-Alló-

El cuerpo de la diosa, inerte en el diván, se hacía cada vez más y más pesado, mientras ella se veía a sí misma como si estuviera en un plano superior, dentro de una nebulosa, y se iba sintiendo cada vez más y más ligera.

Percibió la voz del mayordomo, y por lo que decía, al otro lado del hilo telefónico se encontraba un famoso productor de Los Angeles.

-Lo siento, Sr. Lynch, la señora está descansando en estos momentos, ¿Quiere que le dé algún recado o prefiere llamar más tarde?

Una pausa, un silencio.

-De acuerdo, le dejaré su mensaje. Se pondrá muy contenta cuando sepa que cuenta usted con ella para su próxima película, seguro.

La boca seca de la diva no pudo exhalar un solo suspiro. El frío ya se había instalado en todo su cuerpo y atenazaba su garganta apretándola con la fuerza de una garra. Su mano derecha rodó desde el diván hasta el suelo y cuando sus dedos se separaron dejaron caer un frasco vacío.

 

 

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