!Hoy, como 11 de septiembre, ya he escrito mi post
diario, he cubierto mi cupo de sarcasmo diario y no tendría poderosas razones
para escribir otro artículo de nuevo. Pero me he sentido alentada por el sentir
de mi amiga y colega en el blog de El Norte de Castilla, Cari, http://blogs.elnortedecastilla.es/cari/2012/09/11/me-niego-a-creer/
que a su vez se ha sentido algo sola –en otras ocasiones- opinando como
opina. No te sientas sola, Cari, somos muchos los que pensamos que lo del Toro
de la Vega debería caer por su peso lo mismo que cae esa pobre cabra desde un
campanario cuando son las fiestas de determinado pueblo. Y te lo digo yo, que
he sido seguidora y aficionada a las corridas de toros, ahora ya no tanto,
confieso que me aburren y encuentro que hay demasiados aspectos obsoletos en
dicha práctica, hay que ir con los tiempos, pero eso le debe de ocurrir a todo
el mundo y en todos los ámbitos: a la Iglesia, al Arte, al Teatro, al Deporte,
a la Tecnología, la Cultura, la Sanidad, los Transportes, la Industria…y la fiesta de los toros. Para que algo se
sostenga en nuestra sociedad democrática debe de gustarle a la mayoría, y en la
fiesta de los toros hay algo que aún chirría y no gusta ni a los más
apasionados: el maltrato gratuito derivado de una mala praxis y un reglamento demodé,
pues no es preciso ver cómo se intenta estoquear a un animal infructuosamente
hasta diez veces para luego gritar ¡mambo! Si no cae de una estocada certera, rápida,
poco cruenta y sobre todo EFICAZ, que le proporcione al menos una muerte pronta
y digna, devuélvase el animal a los corrales y evitemos un bochornoso
espectáculo que lo único que hace es darle la razón a los detractores, sólo por
poner un ejemplo de algo que no se hace bien. HAY QUE CAMBIAR EL REGLAMENTO
YA!!
Dicho esto, siendo una aficionada a las corridas de
toros bastante light, de una manera muy tibia, pues prácticamente estoy en
desuso, me confieso una gran amante de los animales, siempre tengo “bichos” a
los que adoro por encima de todo, he
llegado a tener un perro, tres gatos y dos pájaros, ahora “sólo” perro y gata… y
no creo estar bajo sospecha de ser una maltratadora de bichos. Ahora bien,
aunque esto me pase factura y haya quienes me retiren el saludo por confesarme,
pienso que debería acabarse con esta barbarie que se lleva a cabo en las
fiestas populares, empezando por el Toro de la Vega –produce asco ver cómo una
horda de gente a caballo persigue a través de los pinares a un animal asustado,
ojo… no es el hombre frente al toro, como en la plaza, no nos equivoquemos,
esto es un linchamiento salvaje y sin paliativos-, ¡fuera!¡fuera!¡fuera! Esas otras
fiestas con el toro como –desgraciado- protagonista que se llevan a cabo en el
litoral mediterráneo, ya sea prendiendo una tea en torno a sus pitones, echando
al animal al agua… ¡fuera!¡fuera!¡fuera! Los encierros y demás juegos, no
precisamente florales, con el toro –gallinas, patos, etc…- como plato fuerte de la fiesta… ¡fuera!¡fuera!¡fuera!
Soy teatrera y he visto cómo se cae el teatro de los
carteles de las fiestas de los pueblos en favor de mantener el presupuesto de
festejos para sostener y fomentar estos juegos perpetrados contra los animales,
mi total desacuerdo, seré egoísta por arrimar el ascua a mi sardina, pero es
que resulta que es el ascua que se arrima a la sardina de la cultura frente al
de la barbarie… ¡fuera!¡fuera!¡fuera!
Si por mi fuese, mañana mismo se acababa por decreto
con todas estas malas prácticas de igual modo que se acabó con el tabaco en los
lugares públicos u otras cosas que prohíben, todo es ponerse, que no digan que
no se puede. Y si estas medidas obligan también a terminar con la “fiesta nacional” en toda la
territorialidad… acabemos de una vez, que nadie me llame radical porque no lo
soy, qué más da…se resentirían muchos puestos de trabajo, pero puestos ya,
entre seis millones de parados o seis y medio ni se iba a notar.
Ahora bien, digo una cosa… sé que si yo fuese toro
preferiría medirme cara a cara con un fulano, para meterle una buena cornada a
nada que se descuidase, aunque éste fuese vestido con ridículos bordados y
calzado con manoletinas -que no francesitas-, a tener que soportar el bochorno
y la vergüenza pública de correr igual que una liebre asustada, siendo un toro
bravo con trapío y cabeza, por delante de cientos de caballistas enarbolando
lanzas, con su adrenalina a punto de nieve igual que psicópatas, o coronado con antorchas encendidas alrededor
de mi cabeza, o lanzado al agua del mar –la pena que no les lanzó a ellos su
promiscua madre cuando vinieron al mundo…- para
gozo, regocijo y disfrute de miles de seguidores que los jalean y babean
de placer mientras yo me sentiría burlado. Eso pensaría en caso de haber nacido toro, tal vez en otra
vida futura, quién sabe…
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