jueves, octubre 25, 2012

ALAS PARA VOLAR


Cuando naciste y llegaste a mi vida me sentí uno de los seres más dichosos del planeta. Tu tacto suave, limpio y con ese olor inconfundible que tienen los recién nacidos, me llenó de emoción, ya desde ese momento supe que defendería tu integridad física -que a fin de cuentas también es la mía- a capa y espada.

Aprendimos a correr los dos juntos de la mano. Al principio despacito, por temor a que te  lastimaras. Después soltamos nuestras melenas al viento y decidimos escapar, pero haciéndolo a lo grande: dejando una larga estela de adrenalina por esos caminos de Dios y probándonos de continuo el uno al otro. Con el tiempo llegó la confianza mutua, y ambos supimos que podíamos fiarnos de nosotros mismos, que si nosotros no lo hacíamos nadie más lo haría. De modo que quisimos volar y vimos que éramos capaces de ello, que formábamos un tándem tan bien configurado que no se nos ponía nada por delante, y  a ti, hermano, te crecieron unas alas tan grandes como las de un avión. Así que despegamos nuestros pies del suelo y empezamos a elevarnos, y subimos, y subimos tan alto... que llegamos hasta las estrellas. Una de ellas tenía un brillo especial, era de color rojo, y también había otra azul, y giraban emitiendo destellos, como señales. Nos detuvimos fascinados por ver si esos guiños en realidad ocultaban algún tipo de mensaje. Efectivamente. Tras las luces, un tipo que estaba vestido de uniforme me hizo soplar a través de una cerbatana, no sé exactamente qué coño quería, pero comentó algo de unos puntos, me quitó el carnet y a ti, hermano, te cortó las alas.

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