miércoles, octubre 24, 2012

EL VERSO FINAL


Un poeta andaba preocupado buscando el último verso con el que cerrar su poema, y de lo ansioso que estaba se mesaba el cabello tan bruscamente que ya empezaba a presentar claros signos de alopecia. Deambulaba por la habitación como un león enjaulado, con la cabeza gacha y las manos asidas por detrás, en la espalda. Se las apretaba con mucha fuerza, de modo que los nudillos, a punto de reventar, presentaban un aspecto brillante y blanquecino, más que manos de poeta parecían manos de místico, qué digo... huesos de santo. Las musas estaban de puente y le habían dejado abandonado a su suerte. Él miraba y miraba buscando la inspiración, bien ante un objeto cotidiano, ante el panorama del jardín que se abría frente a su ventana, o ante la imagen de su amada que, sonrisa abierta de par en par, vivía perennemente enmarcada dentro de un óvalo de madera.

Aburrido, decidió dejarse de zarandajas y quitarle hierro al asunto presentando dicho poema sin ese último y tan necesario verso.

-Ya está, mejor así... un final abierto para que el lector se encargue de cerrarlo a su manera, para que deje volar su imaginación, que tampoco conviene dárselo todo hecho.-

Efectivamente, el poema terminó abierto en pompa, tanto… que por el amplio boquete practicado se escaparon todas las demás palabras y el atribulado poeta se quedó sin poesía.

 

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