domingo, octubre 28, 2012

LA LUZ DE LA BOMBILLA


La luz de la bombilla me daba de pleno en el rostro y me obligaba a cerrar fuertemente los ojos. La tenía tan cerca que me quemaba la piel, era como si estuviese tumbada en la playa bajo un sol de justicia justo a la hora en que más calienta.

Empecé a sudar copiosamente y dio en picarme todo el cuerpo igual que si tuviese azogue. Permanecía tumbada, completamente desnuda, y nada o poco podía hacer para evitar la desazón. Me agitaba en el lecho de un lado para otro, y además de lo que me ocurría por delante, estaba lo otro, lo que me ocurría por detrás, es decir, una especie de sábana áspera como lija me rozaba la espalda y amenazaba con desollarme viva si no me levantaba de ese sitio. Lo intenté pero no pude, era tan seductor y magnético ese sol artificial que habían instalado allí… Pero lo único, lo que más me superaba en esos angustiosos momentos era el hecho de no poder impedir esas dichosas marcas que iban a quedarme en los brazos y en los tobillos, esa lástima de bronceado integral, tantas veces pretendido y nunca, ni tan siquiera ahora, logrado.

Miré al centinela por ver si se compadecía de mí y me desataba, pero no hubo manera.

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