jueves, noviembre 08, 2012

CARICIAS

 
 
 
Hoy por la mañana he decidido plantarle cara al frío, me he puesto la chaqueta de cuero, las botas, y he salido de casa corriendo. He pasado por la peluquería, dicen que ahora no, mejor para esta tarde, pero yo esta tarde no puedo. He entrado en otra, lo mismo. A la tercera va la vencida. Qué quieres, me pregunta una señorita teñida de rubia que lleva una bata blanca, qué voy a querer, un corte de pelo... Aviso y el que avisa no es traidor aunque suene a amenaza, lo quiero bien corto y de punta, se lleve o no, me da igual. Y corta: tris, tras, tris, tras. Mientras tanto veo caer la nieve a través de la ventana –tímidamente, eso sí-, no va a cuajar, si eso lo sabe un tonto, que estamos en Pucela, hombre por Dios. Y en mi cabeza, más que mía, la de un pelele, me dejo hacer, es tan fácil... la peluquera se aprovecha de mi debilidad y me aplica una especie de ungüento en el cabello, se está jugando la vida, a mi nadie me pone pomadas ni pegamentos capilares, qué manía, dice que el producto es bueno y poco adherente, eso dicen todas y luego sales de la peluquería con el cabello más sucio que cuando entraste, pero el caso es que aquí se está tan bien... Me gusta que me atusen el pelo y me acaricien la espalda. La señorita, por lo pronto y por lo que le pago,  sólo me revuelve el cabello con los dedos. Salgo a la calle  con el pelo adherido a la cabeza como si me hubiese lamido una vaca, naturalmente a gusto de la peluquera, faltaría más… y busco a alguien que me acaricie la espalda. Pagando aunque sea.
 
 
 

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