LA LUNA Y LA DAMA OSCURA
Como
cada noche, la Dama Oscura y la Luna disputan su hegemonía, la hegemonía de las
sombras. Ambas quieren alzarse con el glorioso título de Reina de la Noche, y,
ebrias de alcohol y de amor, se juegan sus sueños a una sola carta, la más
alta. Sin embargo, ineludiblemente siempre acaba perdiendo la misma, la Luna,
que, cual crisálida abocada a su inevitable destino de fase adulta, se cubre de
luminosas canas y dorados reflejos cada mañana al llegar el alba, al despuntar
el día. Como los vampiros, se retira a su habitación, pues no puede soportar la
luz del sol, son los celos que la van consumiendo poco a poco. Quiere ser la
única protagonista y no tolera que nadie brille más que ella. En cambio, la
Dama Oscura, insomne impenitente, ya está acostumbrada a vagar sobre las
piedras en busca de sus sueños sin mirar la luz cegadora del sol, ya está
preparada para que el día tiña sus pisadas de blanco de nieve en el invierno o
de hojas secas en otoño, y no se deja sorprender demasiado por el astro rey
cuando la deslumbra con sus faros o deja en ridícula evidencia su gesto
demacrado. Con la llegada de la aurora abandona la calle dando traspiés,
tambaleándose sobre sus finos tacones de aguja que hunde en el asfalto como
estiletes, retirando el exceso de rimel que emborrona la humedad de su mirada,
y retocando sus labios con una barra de grasiento carmín que extrae de su
bandolera roja. Así, llega tal día como hoy hasta su casa para seguir realizando las tareas
propias de su sexo, eso sí, siempre se recoge más tarde que la Luna. Si te
encuentras frente a ella, ten cuidado, la Dama Oscura es la que gana.
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