-¿Quién me manda a mí acudir a las citas de los demás,
cuando soy capaz de tener las mías propias?
Dicho y hecho, acto seguido me miré en el espejo, descubriendo con orgullo
tras él, que curiosamente hoy tenía uno de esos mágicos y gloriosos días en los
que una se siente gloriosa como una maga.
Y es que cuando estoy así –de gloriosa-… no lo puedo remediar:
recito –versos-
suscito –envidias-
incito –a pecar-
recapacito –aunque no pienso-
te fagocito –a ti-
me felicito –a mí, me, conmigo-
concito –a las masas-
ejercito –mi mente-
licito –mi alma al mejor postor-
resucito –mi cuerpo dormido-
me autoproclamo Emperatriz –sin plebiscito-
y de puro placer que siento, hasta me excito.
Así pues, sin más dilación, decidí citarme a mi misma unas
horas más tarde, lo malo es que tras aguardar un buen rato en la esquina, bajo un
tremendo aguacero, no acudí. Sufrí el plantón más doloroso y absurdo de mi
vida. O de la suya… ya ni sé…
No hay comentarios:
Publicar un comentario