Tras unos breves instantes de reflexión, le dijo:
"no quiero que lleves de mí nada que no te marque", y con un
gesto rápido desenvainó la espada, apuntándole directamente al
corazón.
Pensó que ella, asustada, se echaría hacia atrás de un
brinco. Pero no fue así, es más...no movió ni un solo músculo, permaneció frente
a él impertérrita.
Sonriendo de medio lado y de media gana, desvió la punta
del arma hasta el hombro izquierdo de la mujer. A medida que lo
hacía, simulaba sobre su piel una suerte de dibujo afiligranado.
A través del antifaz la miró a los ojos con
intensidad. Ella sostuvo su mirada sin amilanarse.
Levantó el acero y lo dejó suspendido en el aire como si
sopesara una decisión de gran calado. Después, con la agilidad que se le supone
a un avezado mosquetero, e igual que si estuviese espantando moscas, cruzó el
extremo de la espada varias veces haciendo zigzag sobre dicho hombro.
El resultado de la tirada fue una extraña cicatriz
de diseño, un criptograma que en realidad camuflaba un concepto
de lo más elemental: su propia seña de identidad, ¡¡la Z del Zorro!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario