Había esperado tanto ese momento, que cuando llegó
lo identifiqué, eso está claro, pero se deslizó fugaz entre las rejas del
tiempo como llave o billete que se cuela por una alcantarilla, se filtró, igual
que una suave luz, tamizada por visillos de gasa, secciona una cama en dos
dejando un amante a cada lado, unidos por el abismo pero separados por el
cálido atardecer de un verano. El momento glorioso, mi gran momento, se hizo tiempo breve y se detuvo,
convirtiendo el aire en suspiro, el aliento en besos no concebidos, mucho menos
gestados, las miradas en lluvia de risas silenciosas, el latido del alma en
secreto, la esperanza en quimera y el amor en un juego de niños olvidado,
gastado, prohibido, ya casi obsoleto…
Por eso el momento esperado, que nació de la nada al
igual que el beso, no germinó en el viento, y quedó flotando, suspendido de una
alcayata invisible clavada en mi alma, como esos flecos dañinos, tan caóticos
como indispensables, que adornan mi pensamiento.
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