Antes
de nacer DiVersos, nacieron Cóncavos y Con Versos, de algún modo
surgieron como una necesidad que ahora no viene al caso, y si viene, da igual…
pues, por mucho que aporree, no pienso abrirle la puerta a ningún tipo de
necesidad que me ligue a un folio. Escribir debe ser un acto íntimo y
placentero casi siempre, psicoterapéutico en muchas ocasiones, vocacio-nalmente
comunicativo la mayor parte de las veces, pero siempre ha de ser libre, y más
aún cuando hacemos poesía. Por eso no hablaré de necesidades a la hora de
ejercer el “poetazgo”, pues sería tanto como hablar de obligaciones. Ha sido
gozoso crear poemas cóncavos, además de con versos, para evocar mi infancia y
recrear esos años que viví en la casa de mis abuelos, para hablar de regresos,
del pasado, de rutinas, de la tarde, del verano... Igualmente ha sido una grata
tarea recopilar otra tanda de poemas, algunos de ellos largos, aunque de breve
título —sólo dos palabras—, a fin de lograr un libro con mayor enjundia, no sé…
se me hacía un poco escaso presentar en sociedad un librito exiguo y raquítico,
de manera que me zambullí de cabeza en el océano de archivos que guardo en mi
computadora, aún a riesgo de
golpearme en ella con una roca del
fondo, hasta que di con lo que buscaba, un ramillete de versos apilados que van
del caos que me envuelve, al adiós, pasando por el rastro, la esquina, la
madriguera, la sombra, las palabras, los besos, las caras, los parques y los
papeles quemados con olor a chamusquina. Creo que salí a flote e indemne, y los
titulé así… En dos palabras, ahora
este humilde poemario —o lo que sea esto—
y yo, sólo aspiramos a seguir navegando a la deriva, donde nos lleve el viento
que emana de la lírica —hay que reconocer que esta frase me ha quedado redonda,
sí…— a ser posible sin naufragar. Y si naufragamos, no importa… siempre nos
quedará el recurso de aferrarnos a algún verso suelto, oveja negra, tabla de
salvación… ¡maldito poemario que me
trajo de cabeza hasta estas procelosas aguas!
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