domingo, marzo 24, 2013

LOS AROMAS DEL ADIÓS

 
 
LOS AROMAS DEL ADIÓS
 
 
 
Me dijiste adiós mientras yo estaba soñando, así que creí que la cosa no iba en serio. Dicen que los sueños, sueños son, por no hablar de las pesadillas. Y de los salmonetes no digamos.
Por lo visto te ibas a trabajar a un lugar fascinante, de ensueño, donde en el peor de los casos atan los perros con longanizas, ya que, en el mejor de los casos, los perros allí van sueltos, de por libre, y al igual que los bueyes que siempre están solos, son perros que bien se lamen.
Al pasarme la nota de tu despedida, entre tus honorarios y como logros conseguidos, rezaba el compromiso de irte en la mejor de las compañías posibles. No me lo creí, digo lo de irte, lo de la compañía sí.  Yo seguía sueña que te sueña, dale que te pego, y ya se sabe… dicen que los sueños, sueños son, por no hablar de las pesadillas. De los salmonetes no digamos.
Te pagué sin rechistar cuanto te debía, incluso con intereses, recuerdo haberte dado dos besos de más. Entonces vi cómo te alejabas entre la bruma, la bruma del duermevela o eso. En mis oídos retumbaba la voz grave de Bogart que decía: tócala otra vez, Sam, y yo, con lágrimas titilantes en los ojos te preguntaba angustiada: bueno… pero siempre nos quedará París ¿verdad?
Cuando desperté, como en los mejores microrrelatos, ya no estabas allí. Te habías marchado de verdad. En tu lugar sólo quedaba una carta  y un extraño tufillo a salmonete, a chicharro o a dinosaurio, no hubiese sabido muy bien qué decir.
 
 

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