La Vida al desnudo
Asomada a la ventana, María veía pasar la
Vida lánguidamente mientras la Vida pasaba de ella olímpicamente. Los días,
todos iguales, iban cayendo uno sobre otro sin hacer ruido, lo mismo que caen
las hojas del calendario, blandamente, oscilantes, sopesando si vale la pena
dar otro paso más que dure un mes, más, mes, más, mes, más, mes…
Un día la Vida se detuvo frente a María y
le descubrió su gran secreto, un secreto que medía casi una cuarta. Era
invierno e iba cubierta por un grueso tabardo de franela gris, pero debajo del
abrigo no llevaba nada, estaba completamente desnuda. María estaba acostumbrada
a verla pasear con todo tipo de indumentaria, según la estación del año, pero
cuando esa mañana se plantó ante ella, y se desabrochó el abrigo para mostrarle
sus encantos, la austera y rigurosa María ni pudo ni supo ni quiso resistirse a
ellos, de modo que a su vez se arrancó la bata de andar por casa, se pintó los
labios de carmín, se roció con unas gotas de perfume el cuello y ambas muñecas,
y se vistió de mujer desnuda con gabardina y ligueros. De esa guisa se echó,
primero a la calle, y después al monte, dispuesta a comerse la Vida o al menos…
esa parte de ella que viene midiendo una cuarta y que, por desconocida, no es
menos interesante.
No habrá pasado ni un año desde aquel
extraño suceso y María lleva ya varias relaciones a sus espaldas, con un rico
empresario, un afamado cantante, un aristócrata, un deportista de élite…ha
viajado por medio mundo y el otro medio mundo le ha viajado a ella, y su cuerpo
es el espejo donde se miran las modelos mejor pagadas y la percha donde cuelgan
sus colecciones los modistos más afamados del globo.
Se han cambiado las tornas y hoy es la
Vida quien ve pasar a María, vestida de punta en blanco, desde la ventana. Ella
no se quita su aburrido tabardo gris ni para ir dormir, y la contempla
lánguidamente mientras, desnuda por debajo, se mata a pajas mentales a la salud
y mayor gloria de María.
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