Llené la maleta como pude con casi todas mis pertenencias,
libros, cuadernos, el portátil, la cámara de fotos, algo de ropa… y obvié
deliberadamente el portarretratos con la foto de una pareja de novios, ya algo
descolorida, y mi Suerte, que dormía tranquilamente sobre la cama igual que un
bebé. Miré la foto por última vez y dije adiós a mis últimos moratones de la
cara cuando me contemplé en el espejo, pero antes de tomar el sombrero y las de
Villadiego para partir, no me pude resistir a un impulso rabioso, alcé la
rodilla, y tomando con ambas manos el portarretrato, lo descargué con fuerza
sobre ella, haciendo añicos el cristal. Luego rompí la foto en pedacitos
pequeños hasta convertirlos poco menos que en confeti. Así corté con mi pasado
y no quise seguir cargando con mi Suerte en el futuro, dado que siempre se
había mostrado conmigo bastante roñosa y cicatera, por otro lado, cada vez que la
Suerte se había manifestado magnánima conmigo, había sido mucho peor aún.
Unos meses más tarde supe por alguien que mi ex-marido
y mi ex-Suerte ya me habían encontrado sustituta, una golfa de tomo y lomo, lo
tomé con una gélida indiferencia, aunque reconozco con cierto pesar y vergüenza
que no pude evitar una sonrisa de satisfacción cuando leí en el periódico una
semana después que, de manera un tanto misteriosa, les habían sobrevenido las
siete plagas bíblicas. A los tres. Qué cosas…
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