domingo, febrero 16, 2014

LA OSCURIDAD DE LAS SOMBRAS


Lo bueno que tiene la oscuridad de las sombras es
 que bajo su manto protector no se aprecian los defectos,
no se vislumbra la belleza que nos falta, la ignorancia que nos sobra,
el empacho que suscita una generosidad sin límites
o la envidia que provoca y corroe una inteligencia bien administrada.
Apenas se distinguen las diferencias que existen
entre ser fiel o desleal.
Pasa desapercibida la elocuencia,
la paciencia,
la decencia,
la inocencia,
la demencia,
la somnolencia
y cualquier “petite” negligencia.
El tamiz de las sombras filtra muchos tipos de dolencias,
de carencias y el amargo presagio de las decadencias.
La sutil transparencia de la penumbra es eficaz,
por raro que parezca, en caso de severa impotencia
y de una flagrante y cándida inexperiencia.
La oscuridad es la cómplice natural y absoluta
de la más que sibilina y ambigua confidencia,
está abierta y dispuesta a la osada sugerencia,
es el acicate de la concupiscencia,
y, tras un breve tiempo de latencia,
es capaz de sonreír benévola ante una pícara irreverencia.
Pero sobre todo y lo más importante es que,
estando agazapada y oculta en las sombras,
es casi imposible detectar una carrera
en unas medias de seda de paupérrima consistencia.


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