miércoles, octubre 22, 2014

EL ALACRÁN


EL ALACRÁN

 En esa constante búsqueda de satisfacer a las musas, y que ellas, a su vez, me satisfagan a mí, me encontré un buen día en medio de un desierto blanco de paredes encaladas, alumbrada por un sol cegador, precedida por mi propia sombra y acompañada tan sólo de mi silencio. “Esto debe ser como meditar” me dije, así que decidí hacerlo lo más cómodamente posible.  A un lado del desierto había una silla barnizada en color rojo. Me senté sobre ella. El respaldo quemaba, pero el asiento, abrasaba. Al cabo de un rato mi trasero ya debía de estar en carne viva. Mientras hacía como que meditaba, las musas hacían como que me visitaban, y yo fingía dejarme seducir por ellas.
Empecé a chorrear sudor bajo aquel sol abrasador, tanto es así, que sin saber rezar le dediqué unas jaculatorias a San Lorenzo, ese mártir que murió emparrillado. Confundir la meditación con la oración es no entender ni de una cosa ni de otra, creer que meditar es lo mismo que invocar a las musas, es infravalorar a las musas… me hice un lío, la verdad…

Un alacrán que paseaba por allí, arrastrando su veneno bajo un parasol, me invitó a alojarme bajo su sombrilla para resguardarme del calor. Decidí probar suerte, nunca había ido a ninguna parte con un alacrán hasta ese día. Me mostró el mundo desde otro punto de vista, me enseñó la vida desde el subsuelo y me hizo amar el underground. De él aprendí a administrar mi veneno con cautela, a estar alerta y en guardia, a pasar desapercibida cuando la ocasión lo requiere, a manifestarme altiva y soberbia cuando se trata de elegir entre matar o morir, y a picarme la lengua con mi propio aguijón si me veo sitiada por una intensa fogata, digamos que… me enseñó  a vivir, pero sobre todo a morir con dignidad antes que domeñarme a mi propia cobardía.

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