lunes, noviembre 12, 2018

LA LUZ DE LA BOMBILLA

La luz de la bombilla me daba de pleno en el rostro y me obligaba a cerrar fuertemente los ojos. La tenía tan cerca que me quemaba la piel, era como si estuviese tumbada en la playa bajo un sol de justicia justo a la hora en que más calienta. Empecé a sudar copiosamente y dio en picarme todo el cuerpo igual que si tuviese azogue. Permanecía tumbada, completamente desnuda, y poco podía hacer para evitar la desazón. Me agitaba en el lecho de un lado para otro, y además de lo que me ocurría por delante, estaba lo otro, lo que me ocurría por detrás, es decir, una especie de sábana áspera como lija me rozaba la espalda y amenazaba con desollarme viva si no me levantaba de ese sitio. Lo intenté pero no pude, era tan seductor y magnético ese sol artificial que habían instalado allí… Pero lo que más me superaba en esos angustiosos momentos era el hecho de no poder impedir esas dichosas marcas que iban a quedarme en los brazos y en los tobillos, lástima de bronceado integral, tantas veces pretendido y nunca, ni tan siquiera ahora, logrado.
Miré al centinela por ver si se compadecía de mí y me desataba, pero no hubo manera.
(Ana Rodríguez)

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