viernes, julio 10, 2020

EL LÍO DEL MARQUÉS

EL LÍO DEL MARQUÉS

El Marqués de Mogollón, atendiendo a la cortesía mostrada por su amigo, un influyente y rico empresario de la industria automovilística, fue a la finca de éste a pasar unos días con él y su familia, y de paso practicar su deporte favorito, el golf. Durante su estancia tuvo ocasión de conocer y departir con muchos amigos del empresario, pero de entre todas esas nuevas amistades, cabría destacar una por encima de todas, la enorme chispa que surgió entre el marqués y una jovencísima invitada a la finca, treinta años más joven que él y dotada de una extraordinaria belleza. La joven en cuestión, llamada Lola, era la hija mayor de uno de los hombres de confianza del empresario, un hombre inteligente, leal con su jefe, pero de origen modesto. Lola, sabedora de su belleza y desparpajo, confiaba en estas cualidades para hacerse hueco en el mundo de la moda y la publicidad, de ahí que frecuentase la finca del jefe de su padre, en cuanto se brindaba la ocasión, para codearse con gente importante y famosa, pues ya se sabe... el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
El marqués, subyugado por Lola, le propuso pasar un largo fin de semana juntos, quitándole hierro a su condición de casado. Según aseguró a la joven, su esposa, la Marquesa de Mogollón, estaba para sopitas y buen vino. Le confesó que su vida matrimonial había naufragado hacía mucho tiempo, a expensas sobre todo de la inapetencia e ineficacia de su esposa para llevar una vida conyugal medianamente normal.
El marqués justificó su prolongada ausencia a los suyos en virtud de unos asuntos que tenía que tratar en una de sus propiedades olivareras. En realidad su plan era otro, instalarse unos días en el suntuoso chalet que tenía en Puerto Banús, al lado de su novia o su “nueva ilusión”, como lo llaman ahora para dulcificar el concepto, en vez de “lío o ligue” que se ha dicho siempre.
Pasados dos días, la pareja formada por el sexagenario aristócrata y la joven aspirante a modelo, llegaron a Marbella tal y como estaba programado.
Cuando el marqués accedió a la vivienda se llevó un susto colosal al ver deambular desnudo por la casa a un bello y joven efebo que se expresaba con acento italiano, al pronto pensó que se trataba de uno de esos okupas de lujo. Le tranquilizó escuchar la voz de su esposa, la “decrépita” marquesa -según él-, que gritaba desde el baño del dormitorio principal: “Fabrizio, amore, ¿puoi venire a insaponarmi la schiena e il culo, non ci riesco?

**Traducción: Fabricio, amor, ¿puedes venir a enjabonarme la espalda y el culo, que no llego?


SÍNDROME DE ABSTINENCIA

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

El Marqués de Mogollón, contumaz y empedernido bebedor, tras recibir algún serio aviso de su hígado, decidió un buen día cortar por lo sano con la bebida. Y no tuvo más ocurrencia que hacerlo de súbito y sin ningún apoyo, asumiendo en solitario las consecuencias que le pueden sobrevenir a un gran adicto a la bebida cuando lo deja de la noche a la mañana. Efectivamente, el marqués, tras estar alejado del alcohol un par de días o tres, empezó a sentir el azote del síndrome de abstinencia con todo su cortejo de síntomas. Las noches que pasaba en su habitación de palacio eran toledanas, con tiritonas, delirios, ansiedad, agresividad más o menos manifiesta... y unas pavorosas alucinaciones, que percibía con tal grado de realismo, que le ponían al filo de la locura.
Una de esas noches afirmaba, dando diente con diente, entre escalofríos y sudores, que había una cucaracha enorme sobre su cama. Los miembros de su familia, naturalmente no podían ver una cucaracha, por grande que fuese, si sólo estaba en la imaginación del marqués, pero ellos siempre tan singulares, no llamaron a un facultativo o a emergencias para solventarle la papeleta, se limitaron a seguirle la corriente y a apoyarle como mejor sabía hacerlo cada uno.
La Marquesa de Mogollón se dispuso a tejer una mantita de lana gruesa a la cucaracha para aliviar sus frías noches en palacio.
Su hijo Petete, aún sensibilizado con su fallida boda, tras las calabazas recibidas por su novio, el guapo y robusto repartidor de agua, conocido como el Miguel (léase con acento en la “i”), decidió escribirles a su padre y al insecto un largo y tristísimo poema de desamor.
Su camarera de cabecera, Sagrario, hizo lo que hacía cada vez que venía una visita a casa, ponerle al visitante (en este caso a la cucaracha) una botella de aguardiente con una copa para que se sirviera, y una bandeja de pastas típicas de la región.
El marqués, desolado ante la falta de empatía y de soluciones a su problema, y estando al borde del colapso, decidió dar carpetazo al asunto de manera artesanal y como mejor sabía él solucionar cualquier eventualidad. Es decir, se trincó de un lingotazo la botella de aguardiente destinada al insecto imaginario, y se comió un par de pastas, después apartó suavemente la cucaracha a un lado de la cama, no fuese a enfadarse, y se durmió.

ESTO NO ES VIDA

ESTO NO ES VIDA

¡Me ha vuelto a ocurrir! Hace mucho tiempo hubo un día en el que amanecí siendo un teléfono móvil, pero de aquellos de antaño. Ahora me ha pasado de nuevo, el otro día amanecí siendo un celular de estos modernos. ¡Vaya trajín! No hay quien lo aguante. Mi amo me tiene todo el día de la ceca a la Meca, no me deja parar, esto es un sinvivir...
Aquello era vida, la de los móviles de entonces, cuando sólo te utilizaban para platicar con alguien o, como mucho, enviar un mensaje, no servíamos para más. ¿Pero ahora...? Si es que mi amo es un inútil que no sabe hacer nada, se lo tengo que dar yo todo hecho. No sabe preguntar unas señas, se lo tengo que decir yo; no sabe consultar un mapa, se lo tengo que hacer yo; no sabe hacer una suma ni una división, recurre a mí; no sabe consultar una enciclopedia, tengo yo que darle la información de todo cuanto ignora; no sabe traducir un idioma extranjero porque como soy políglota...; yo le proporciono la música y las películas, antes iba al cine o miraba la tele, ahora se lo sirvo en bandeja; no carga con libros cuando va de vacaciones, para eso estoy, chico para todo; tampoco compra periódicos ni revistas, para qué, si el kiosko soy yo; me encargo de hacer sus fotos y de grabar sus vídeos -sus chorradas, porque no hace más que grabar chorradas...-, soy la celestina que se ocupa de sus citas, soy el que gestiona sus redes sociales y sus cotilleos, soy su agenda personal, me usa de despertador, de cronómetro, de cuentapasos, pago sus deudas en el supermercado o en los grandes almacenes, le hago la declaración de la renta, me usa para hablar con su médico, me tiene todo el santo día en modo paloma mensajera, whatsapp va, whatsapp viene; llena mi cabeza con todos los datos que él necesita pero es incapaz de retener, soy el juguete de su niño cuando se sienta en una terraza a la patalallana y no quiere que el rapaz dé por culo -la criatura me vuelve loco, me anda en todos los botones y me desconfigura entero, me vuelvo turulato-... cansa leerlo ¿verdad? Pues ni se imaginan lo que cansa hacerlo. Dispone de mi a todas horas, no descansa ni de día ni de noche, siempre enredando con los jodidos vídeos y los jodidos mensajes de whatsapp... ya sólo me falta hacer la colada, planchar y hacer la comida, aunque también me utiliza para prender la lumbre y la calefacción a distancia. Estoy harto, lo confieso. El otro día me precipité desde la mesa del salón, quería suicidarme. Nada. Sólo un rasguño en la pantalla. Mi dueño creyó que me había caído accidentalmente, así que me ha colocado una especie de corsé o coraza, que parezco un cruzado medieval, para evitar que “caiga” de nuevo y me rompa. Jódete. Por si fuera poco, cuando me agoto y digo hasta aquí hemos llegado, me mete un supositorio por el culo y me enchufa a la red... ¡a un enchufe con corriente de verdad!!! dice que para recargarme, ¿por qué no me da un bocadillo de jamón, para que me reponga, en vez de electrocutarme, eh...? Aaaah, eso no.
Estoy harta, no me gusta nada eso de ser celular de los de ahora, es agotador. Como esto se dilate mucho, me pido la atanasia... ¡¡¡quiero la atanasia, no quiero vivir más en estas condiciones!!!¡¡Atanasia ya!!!


ÁRBOLA

ÁRBOLA
Hoy me he levantado siendo árbol -árbola, que soy chica- de un parque, y confieso que no me desagrada la nueva identidad... Sólo hay un aspecto mejorable, y es eso de que los árboles no podamos movernos y tengamos que estar quietos siempre en el mismo hoyo, sobre todo cuando somos personas, perdón,  árboles... árboles de natural inquieto.
En el parque se está muy bien, tengo muchos amigos, otros colegas como yo, flores, personas, insectos, pájaros, perros... Vivir a la intemperie tiene sus pros y sus contras, pero también pasa eso cuando vives al cobijo, así que estamos en paz.
Aquí puedo ser todo lo imaginativa que quiera, de hecho, tengo la cabeza llena de pájaros que no cesan de piar y dar saltitos. Cuando eres árbol tienes que aguantar muchas cosas, pero cuando no lo eres, también. A mi me han hecho de todo, y confieso que unas cosas molan más que otras, pero es lo que hay, por ejemplo, me han tatuado en la barriga corazones atravesados con flechas, nombres de parejas enamoradas, promesas de amor... también han adherido a mi piel, carteles con casas en venta, ofertas de viajes, propaganda electoral, dedicatorias de mal gusto...Le toman a una por el pito del sereno. Me consta que una vez al año vienen unos operarios a adecentarnos, nos cortan el pelo, nos afeitan, nos cortan las uñas... eso de cara al verano tiene que estar muy bien, ha de agradecerse la frescura. También vienen muchos perros a aliviarse la vejiga, levantan la patita y me ponen los pies perdidos, bueno... me entran sudores cuando veo acercarse un enorme mastín leonés que pesará 60 kilos, aunque es tan bueno como grande, y echa unas meadas tamaño tribu, bufff, qué horror...
Esta mañana uno de mis colegas le hacía confidencias a otro, y he pillado parte de la conversación. Decía estar preocupado porque van a hacer un carril bici que atraviesa este parque, y por lo visto “molesta” toda una fila de arbolitos, lo que no sabía este colega era qué zona iba a ser la “agraciada” con la tala. Como soy novata no sé qué consecuencias tiene eso de la tala, no sé qué es talar... bueno, con el tiempo ya iré aprendiendo.
Vaya hombre, pasa un rato y estaba yo tan a gusto disfrutando de mi propia sombra y del trinar de los pájaros, cuando ha venido una furgoneta con el logo de una empresa de jardinería, que ha aparcado al lado. De ella han salido varios operarios. Uno de ellos, el que iba provisto con un aparato de grandes dimensiones, una especie de sierra eléctrica, recibía órdenes de lo que parecía ser el capataz. Intercambiaron impresiones y el de la sierra echó a andar en mi dirección. No me lo explico, he sentido humedad en mis pies, un charco grande como el que deja el mastín leonés cuando mea, pero mi amigo aún no ha venido hoy a saludarme. Creo que es mío. Me he meado por la pata abajo. De pánico. Ya sé qué es talar.

martes, junio 30, 2020

SIN RECURSOS

SIN RECURSOS
 Puede que hayan tenido algo que ver los dos estupendos capítulos que me metí anoche entre pecho y espalda de la serie The Walking Dead, que va de zombis, el caso es que hoy he amanecido siendo zombi, pero zombi total. Lo primero que hace un zombi como mandan los cánones es desayunarse con algún vivo. Bien, pues para empezar, cuando me he dado cuenta de mi nueva condición, mi querido esposo ya se había ido a trabajar, lo de siempre... los hombres no están cuando más se les necesita.
Algo malo han barruntado los dos perros de la casa, que se han refugiado bajo las camas y no han querido salir de allí ni con tentadoras golosinas ni a pedradas. Vaya... empiezan a rugirme las tripas de mala manera. La gata, en cuanto me ha visto con esos ojos enormes que tienen los gatos, de un salto limpio se ha encaramado en lo alto de un mueble y no ha habido forma de que bajara de ahí. Mi última opción estaba aún en la cama, el viejo. Al verle envuelto en su pijama, inmaculadamente blanco, casi con aspecto de sudario, he pensado “coño, si éste es zombi como yo”, y he pasado de hincarle el diente. En cualquier tratado básico sobre zombis se recoge que a los colegas no se les come.
Sin recursos para mitigar mi hambruna, me dirijo al frigorífico, a vida o muerte, a ver qué pasa. Pasa que me hago con un buen taco de lomo curado y una pieza de jamón de bodega que huelen que alimentan. Busco y encuentro un rebojo de pan del día anterior, amén de una botella de clarete de Cigales, bien rico, de la que me sirvo para empezar a abrir boca un buen campano, y oye... que me he puesto las botas, luego me he preparado un cafelito y me he echado un cigarrito que me han sabido a gloria. Ahora estoy aquí en mi casa, muy aburrido, pasando como un tonto las horas sin sentido... eso es lo que cantaría Tequila, pues no... yo estoy aguardando a mi marido a que vuelva de trabajar porque aún me ha faltado el postre.

LA NO BODA DE PETETE

LA NO BODA DE PETETE

Petete, el hijo de los Marqueses de Mogollón, eligió como día de su boda con el Miguel (léase con acento en la “i”) un 28 de junio, Día del Orgullo. Le pareció que era una fecha de lo más emblemática para sellar su amor ante la sociedad. Y no tuvo mejor opción para vestirse de novio, que calzarse un modelo clásico de novia en blanco roto, diseño de Lorenzo Caprile, modisto de cabecera de la realeza, como todo el mundo sabe. Petete estaba deslumbrante, radiante. Entró en el salón del Ayuntamiento del brazo de su padre, el Marqués de Mogollón, el cual, vestido con un impecable chaqué, lucía a mayores una colosal melopea como en él era habitual en cualquier circunstancia o acto social. Cuando estuvieron en presencia del Alcalde y oficiante de la ceremonia, Petete sonrió ampliamente a Miguel, el novio, al tiempo que se secaba una lagrimita de emoción. Estaba guapísimo con un traje exclusivo, muy moderno y atrevido de Jean Paul Gaultier, lo hacía acompañado de su madre y madrina, un ama de casa modesta y normalita, por tanto, elegante, en contraposición al barroquismo exacerbado y caduco de la Marquesa de Mogollón, que lucía una pamela más grande que la carpa de un circo –eso sí… hubo que pleitear con ella para que se soltase el delantal de chacha que no se quitaba ni para dormir, desde que, chaveta perdida, había abrazado la condición de doméstica principal de su casa palacio-
Miguel (el Miguel con acento en la “i”) flipó cuando vio a su novio vestido de novia total. Si bien es cierto que el macizo repartidor de bidones de agua para dispensadores, había salido del armario cuando conoció a Petete, único hijo y heredero del vasto patrimonio de los marqueses, también es cierto que no había salido del todo… sólo había asomado la patita, lo suficiente para camelar al rico vástago del marquesado, y pegar un colosal braguetazo que le quitase de cargar con bidones el resto de su vida. Fingió cuanto pudo el disgusto y vergüenza, por qué no decirlo… que le produjo la comparecencia estelar de su novio, pero intentó mantener el tipo. De vez en cuando se auxiliaba y mitigaba su desazón con la petaca de whisky  de su futuro suegro que, sin despeinarse, se echaba al coleto sin disimulos delante del alcalde y del Sursum corda. Pero cuando llegó el momento del “acepta usted por esposo a Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier Mogollón y Penachoenalto, alias Petete”, el Miguel se rajó y soltó un “no” tan rotundo que hizo desvanecer a más de un asistente a la ceremonia, por no hablar del vahído que sufrió el pobre Petete.
No hubo boda, Petete se quedó compuesto con su Lorenzo Caprile y sin novio; Miguel se largó del brazo de su madre, tal y como había venido, renunciado así a un futuro de lujo al lado de los marqueses; la Marquesa de Mogollón se quitó la pamela y se puso distraídamente a limpiar el polvo de los rincones del  Consistorio con el foulard de Chanel que llevaba al cuello, y el Marqués de Mogollón, en franco estado de embriaguez, se quedó dormido en el propio sillón del alcalde.
El suceso quedó zanjado como curiosa anécdota en la vida de todos, incluido Petete, y el dispensador de agua que en su día la marquesa compró a su futuro yerno, puro detalle de cortesía, sirvió en adelante como pecera con media docena de pececillos en tonos arcoíris.

REALIDAD DISTORSIONADA

REALIDAD DISTORSIONADA

Hoy me he levantado sintiéndome nada, o sea, yo misma. Eso me ha puesto de buen humor, es cansado levantarse cada día siendo algo o alguien distinto, porque al final la gente espera eso de ti, que no seas tú, que seas alguien ocurrente y divertido, útil a la sociedad... Me he pintado la sonrisa de los labios con carmín y la mirada de mis ojos la he teñido de verde esperanza. Mi cabello, siempre corto, camina sin remedio hacia la albura nívea en un viaje sin retorno. Tomo el portamonedas y la bolsa de la compra, como cada día, y voy al supermercado más cercano. Nada más entrar siento las miradas de la gente sobre mi persona, no tienen nada de amables -ni las personas ni sus miradas-, me apresuro, azarada, a colocarme la mascarilla, esto de ser tan despistada me va a acarrear más de un disgusto.
Siguen mirándome sin disimulo. También advierto que se hacen a un lado cuando paso cerca de ellos, como si estuviese apestada. Empieza a entrarme cierta aprensión... caramba, esto no me había pasado nunca. Sé que no he contraído el COVID, pero ellos no lo saben... ¡y yo tampoco sé si ellos son positivos, coño, qué finos nos hemos vuelto, qué delicados!
Con aires de reina ofendida, pago lo que debo al llegar a la caja, y me voy del supermercado con la cabeza bien alta... ¡¡será posible, qué se habrán creído, gentuza!!
Sólo al entrar en el portal de mi casa rompo a llorar por lo que me parece una injusticia, que la sociedad me trate como a una apestada, una delincuente, qué sé yo... sin haber hecho nada para merecer dicho trato, y me doy cuenta de lo crueles que son los prejuicios. Subo en el ascensor y me percato de un detalle cuando busco el número de mi piso entre la lista de botones numerados: no me he puesto las lentillas. Caramba... pues sin lentillas no soy nada. En cuanto entro en casa es lo primero que hago, ponerme el par de lentillas para poder discernir entre lo que es la realidad y “mi realidad”.
No sé si reír o llorar de nuevo al ver mi reflejo en el espejo una vez puestas las lentillas... “mi falsa realidad” me ocultaba la verdadera con la que me he estado paseando por el supermercado como si tal cosa. Me he levantado siendo erizo, un espinoso y puntiagudo erizo.

PETETE

El hijo de los Marqueses de Mogollón, Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier de Mogollón y Penachoenalto, más conocido en su círculo de amistades como Petete, por su extraordinario parecido con aquel famoso muñeco de la tele, aún vivía en el palacete de los Mogollón pese a ser un joven ya talludito en edad. Al unigénito de los marqueses, pues no tuvieron más descendencia con eso de vivir en gabinetes separados, no se le conocía ni oficio ni beneficio, salvo el hábito de consumir a discreción. Su abultado tarjetero obraba el milagro cada vez que se dejaba caer por la exclusiva Milla de Oro madrileña, cosa que hacía con bastante frecuencia. La única condición que ponía cuando entraba en un establecimiento a comprar algo, es que fuese “pijo”. ¿Modelo de chaqueta...? Pijo. ¿Color...? Pijo. ¿Talla...? Pija, es decir raquítica, dos tallas menos de la necesaria. ¿Tejido...? Pijo. Ni qué decir tiene que Petete era de lo más pijo, vistiendo, hablando, pensando, comiendo, votando y hasta defecando.
Causó extrañeza en su casa cuando anunció su compromiso amoroso con el Míguel (léase con acento en la “i”). No porque fuese varón, nadie ha dicho todavía que Petete era hetero. Por el contrario, era homo y bien homo. Pero el Míguel, ay el Míguel... (léase con acento en la “i”), era un repartidor de bidones de agua para esos dispensadores que hay en las casas, uno de esos repartidores que al parecer tienen tanto éxito con las señoras porque físicamente tienen un polvo colosal.
Petete se dejó seducir por el Míguel (¡léase con acento en la “i”, coño!!) en cuanto le vio accediendo a un portal bidón en ristre. Tras una brevísima relación, no dudó un momento en expresarles a sus padres su deseo de contraer matrimonio con él.
El Marqués de Mogollón se lo tomó como se tomaba siempre todas las cosas, emborrachándose. Tal fue el pedo que se pilló, que, copa que se echaba al coleto, copa que estrellaba contra un cuadro de un antepasado suyo al que tenía cierta ojeriza, un apuesto Mogollón con fama de putero y zascandil, dejando el suelo del salón tan sembrado de fragmentos de cristal, que parecía se hubiese abierto en pompa allí mismo un contenedor de reciclaje de vidrio. Por fortuna estaba al quite, escoba y recogedor en mano, la Señora Marquesa de Mogollón, quien, posiblemente perturbada, usurpaba esos días la personalidad de una de sus domésticas favoritas, Sagrario, y se dedicaba a limpiarlo todo con pulcritud, dejándolo como los chorros del oro.
La relación de Petete con el Míguel (no lo diré más veces...) nació en el marco del más absurdo surrealismo que podían brindarle unos progenitores como los “Mogollones”. Se temía lo peor el día elegido para explicarles los detalles de la boda, cuando ¡oh, sorpresa! se encontró nada más irrumpir en el salón donde aguardaban los marqueses, con un dispensador de Aquamatic y un lote de bidones de repuesto.

LA MARQUESA DE MOGOLLÓN CAMBIA DE ROL

La Marquesa de Mogollón cambia de rol

La Marquesa de Mogollón es una mujer de voluble y caprichoso carácter, aspecto que le lleva a querer probar continuamente nuevas experiencias vitales. La última ocurrencia que ha tenido ha sido cambiar su rol de marquesa y señora de su palacete, por el de su criada y camarera personal, Sagrario. De modo que ha relegado a Sagrario de sus funciones y tareas domésticas, haciéndole vestir sus propias ropas de marquesa, y le ha hecho adoptar sus rutinas, usos y costumbres. A cambio ella se ha colocado la cofia de la asistenta, y, sobre un impecable modelito de Carolina Herrera, el reglamentario delantal.
La Marquesa de Mogollón se ha visto muy sorprendida por lo mucho que le llena esta nueva faceta en su vida. Barrer, fregar la vajilla, tender la colada, planchar, pasar la fregona y limpiar el polvo, además de ser tareas de lo más distraídas, le están resultando muy relajantes para el espíritu, pues dejan mucho hueco al pensamiento libre, aparte de tonificantes para el cuerpo, pues supone ejercitar todos los músculos de su egregia anatomía. Su sorpresa se ha visto más incrementada aún, cuando ha entrado por la mañana a la habitación del señor, a servirle el desayuno, pues duermen en habitaciones separadas, y en cuanto la ha visto caracterizada como Sagrario, y con la actitud requerida para el ejercicio de sus funciones, no ha dudado un instante en meterle mano bajo la falda y calzársela tras un soberbio revolcón. Lo que le parece ahora de lo más natural a la señora marquesa, es ver la cara de felicidad que muestra Sagrario -antes mostraba cara de espino-, coincidiendo con la exención de entrar a servir al señor marqués.


ANISETTE Y EL MARQUÉS DE MOGOLLÓN

ANISETTE Y EL MARQUÉS DE MOGOLLÓN

Entre la vasta colección de botellas de licor que guardaba en su mueble-bar el Marqués de Mogollón, había una, la más discreta de todas, que nunca había llamado la atención de su dueño. A todos los efectos era virgen, en el más amplio sentido de la palabra, pues el señor marqués ni siquiera le había retirado el refajo protector que rodea el tapón, con su nombre comercial impreso. Mucho menos había profanado sus interioridades para pegarle un tiento, pese a su desmedida afición a beber.
La modesta botellita era de Anís, antaño muy de moda, pero hoy día en desuso.
El marqués, bebedor compulsivo, le tenía tomadas las medidas a todas sus botellas menos a la pequeña Anisette -ella prefería llamarse en francés, porque en castellano su nombre era Aniceta-.
Anisette se sentía celosa, ninguna mujer quiere ser invisible y menos para un marqués de rancio abolengo, así que un día reflexionó -dentro de lo que puede reflexionar una botella de anís-, y concluyó que tal vez era mejor así, pues sus colegas -las otras botellas más atractivas para el aristócrata-, tras ser profanadas, cuando el dueño ya estaba al límite de sus fuerzas y a ellas no les quedaba una sola gota de licor dentro, iban corriendo la misma suerte todas, es decir, acababan vacías en el contenedor de vidrio, aguardando allí dentro a oscuras, igual que los toros de lidia cuando son conducidos en camiones de la dehesa a la plaza, su triste final.
A partir de ese día hacía todo lo posible por pasar más desapercibida, agachándose cuanto podía para no ser vista, cuando el señor tantaeaba entre las botellas para hacer su selección. Así aguanto mucho tiempo, `pues sus colegas destinadas al contenedor de vidrio, eran reemplazadas rápidamente por otras botellas de lo más vistosas, algunas, incluso procedentes del extranjero.
Una noche que el marqués estaba borracho como una cuba, tomó por error a la pequeña Anisette. La pobre, acongojada y asustada, sintió cómo le desgarraba su ropa y le arrancaba el sombrero de cuajo. Vejada y ultrajada por ese bárbaro, pese a su título nobiliario, soportó estoicamente y con dignidad lo que para ella suponía una especie de violación, rumiando su venganza para cuando se presentara la ocasión. El marqués volcó algo -bastante- de contenido en su copa, le pegó un buen lingotazo y... se quedó mudo, parado, con los ojos desorbitados y una boca cerrada que sólo pudo abrir para lanzar una gran llamarada en modo dragón. Aquel anís... porque aquello era anís ¿verdad? era imbebible, puro alcohol de quemar. Tomó la botella y, con gran esfuerzo, leyó el nombre a ver qué era. A pesar de su estado de embriaguez vio que ponía “anisette”, y eso que parecía tan inofensiva... Con su lengua completamente escaldada entre los labios, que parecía un pingo, estrelló la botella contra la pared. La botella de anís ni siquiera pasó por el contenedor de vidrio como todas, fue directamente a la basura. Eso sí, lo último que oyó el marqués antes de estrellarla, fue la sonora y cristalina carcajada de Anisette cuando recordaba lo que le decía su abuela siendo aún pequeñita, cada vez que se enfurruñaba por algo: “mi querida Anisette, serás una mujer de gran carácter, no creo que haya hombre que pueda contigo”

martes, junio 23, 2020

OTRO PUNTO DE VISTA

OTRO PUNTO DE VISTA

Siempre he pensado que no valoramos a las personas en su justa medida hasta que las conocemos “por dentro”, manejándose en su cotidianeidad.
Erramos cuando nos quedamos sólo en las apariencias, hay que tratar de empatizar y entender “al otro” viendo su persona desde ángulos y posturas diferentes. Esto es lo que yo sostenía y pensaba, pero creo que he cambiado de idea: donde esté lo superficial que se quite el interiorismo, los ángulos, las posturas y hasta las deposiciones.
Mi cambio obedece a una causa: la nueva personalidad con la que he despertado hoy.
Ya avisé el otro día que cada mañana amanezco siendo una textura diferente o un objeto de lo más variopinto.
Bien, pues si anteayer no me encontraba a gusto con mi cuerpo, siendo de mantequilla, qué les voy a decir acerca de cómo me siento hoy, que me he levantado siendo un retrete....

lunes, junio 22, 2020

YATE DE LUJO

YATE DE LUJO


Estoy en un yate de lujo tumbada en la cubierta sobre una hamaca. Es un yate estupendo donde no falta de nada. Luzco un exiguo biquini blanco impoluto, como los que lucen esas señoritas de los anuncios de la tele, incluso me atrevería a decir que estoy tan buena como ellas -o más-.
El yate, fondeado, está lo suficientemente alejado de la costa como para que, sin perderla vista, no podamos ser molestados por nadie -a las costas no conviene perderlas de vista, más cuando hemos nacido en la Meseta castellana, en localidades donde sus ríos discurren secos como bacalaos-.
Esto es el Mediterráneo y lo demás son bobadas. Luce un sol radiante y el mar está en completa calma, ni una ola -como me gusta a mí, repito... soy de secano, y me da por culo el meneo de las olas y los perejiles, algas o lo que sea eso que se viene tras ellas y se te enreda en las piernas-. Las olas para los surfistas.
Estoy pensando en zambullirme y nadar un rato en torno al yate. Me asomo desde la plataforma habilitada para esos menesteres, pero me lo pienso mejor. Para que yo me lance al mar voluntariamente -sin que me precipite alguien por la borda a la voz de “hombre al agua”-, éste debe reunir unas condiciones que sospecho no se dan en este caso: el mar debe estar tan transparente como el agua de las botellas de Solares, el fondo debe estar cubierto de arena cuanto más fina mejor, o en su defecto una plaqueta o baldosa que no resbale, y la más importante, yo debo hacer pie en cualquier zona por donde transite, pues, pese a saber nadar de manera básica y sin florituras ni posturitas, mi pavor a perder la referencia del suelo bajo mis pies, hace que me ahogue sin más si sé que no lo hay, directamente me ahogo y punto. Mi mar platónico debería parecerse a una gran piscina pero sin ser piscina. Lo de las piscinas es aún peor... teniendo a disposición escalerillas para entrar al agua, primero un pie y luego el otro, con enjundia y distinción, los usuarios se arrojan como cafres, caigan sobre quien caigan, qué horror... En fin, creo que no se dan estas circunstancias en el mar donde flota mi yate frente a la Costa...hummm... ¿qué costa es...? Bueno, da igual que esto sea la costa griega en el Egeo, la costa Amalfitana en el Tirreno, o que lo que tenga frente a mi, a lo lejos, sea Benidorm... da igual, se está tan bien aquí...
Visto lo visto, desisto de zambullirme ¿quién necesita un mar -salado como perros- si dispones de una ducha o una palangana, de las de toda la vida, para refrescarte un poco el fandango?
Así que, sofocada de pensar en nadar, me tumbo en la hamaca y acude el camarero, presto, a ver si quiero tomar algo. El camarero está muy bien, es un camarero de lujo, como el yate, y por si fuera poco me mira con interés -creo que con el interés que se mira a las mujeres interesantes, no a los insectos, por ejemplo-... No me quita el ojo de encima. Eso es bueno, cuando te mira un camarero guapo y de lujo, te vienes arriba y te pones más guapa y más tonta  -si cabe- que de costumbre. Pido un gintónic bien fresco, con muchas piedras de hielo. También solicito una tapita -me pediría unos torreznos de Soria, soy muy de torreznos, pero en el mar, en un yate como éste, con un camarero tan guapo y distinguido y con un gintonic, no sé...-. Así que me decanto por algo más acorde con el ecosistema, unas gambitas, unas lascas de jamón del caro y unas aceitunas rellenas. Me lo sirve con diligencia y una bonita sonrisa, yo le guiño un ojo a ver qué pasa... no pasa nada, estoy segura que ha creído que tengo un tic o se me ha colado un pelo de una pestaña. No hay nadie más en el yate, salvo el Rudo. En realidad, estando el Rudo, no nos hace falta nadie más, el Rudo acuña ciertos conocimientos de navegación. Pero como son bastante básicos para un yate tan bueno -los conocimientos-, conviene que también esté a la mira un experto, un patrón de yate como Neptuno manda. Eso sí... no es menester que esté dando palique ni dando por culo todo el rato, con que se haga cargo del timón, las velas, el motor y demás aperos, suficiente.
De súbito empieza a levantarse una ligera brisa que cada vez va a más y más. El experto patrón de yate frunce el ceño, chasca la lengua y concluye que se está originando un viento de Poniente que, dada nuestra situación, provocará un fuerte oleaje... Efectivamente, en poco tiempo nuestro mar en calma pasa a ser una fuerte marejada, y esta servidora, medrosa de por si, se descompone y aferra a lo primero que pilla, que en ningún caso es el camarero guapo ni tan siquiera el Rudo. Lo más cercano que veo para asirme es un mástil, también es lo último que veo cuando una ola me tapa -con toda su agua- de la cabeza a los pies. Cierro los ojos, pero al abrirlos... me percibo asida al palo de la fregona como el Conde Ansúrez, hecho estatua, se aferra a su lanza, mientras chapoteo sobre el agua derramada del cubo de fregar el suelo.

MANTEQUILLA

Mantequilla

Pertenezco a esa rara clase de personas, no sé si afortunadas, que cada mañana se levantan de la cama con una textura diferente. Unos días soy metálica, otros soy terciopelo, tengo días de hormigón, de metacrilato, de madera, de cobre, de plata, de oro... Bien, pues esta mañana me he levantado siendo mantequilla. Sí, sí... como lo leen, soy mantequilla, y estoy envasada y todo en una de esas tarrinas de plástico.
No me desagrada ser mantequilla, en realidad he sido cosas peores... pero, mirándolo bien, tiene muchas desventajas. Lo he notado en cuanto me he puesto al calor, al calor del agua de la ducha. Me deshago, me desintegro, me corro -con perdón-, me diluyo, vamos... que me voy por la pata abajo. Esto va a ser una pega muy grande de cara al verano y sus calores. También será un problema cuando haga frío y tenga que arrimarme a una estufa. De modo que no me ha quedado otro remedio que resguardarme de las altas temperaturas poniéndome a cobijo dentro de una nevera.
Aquí dentro no se está mal, pero huele a Cantábrico, a carne, a verduras, a fruta, a pescado, a marisco... qué barbaridad, hay que ver cómo me miran los langostinos esos que están tumbados en un plato, vistos así, siendo mantequilla, resultan inquietantes. Vivir aquí dentro es como vivir dentro del Mercado del Val. Tengo a mi disposición bebidas variadas, leche, agua, cervezas, vino, refrescos... pero todo está cerrado a cal y canto, no puedo echarme al coleto un lingotazo de nada.
Llevo aquí metida casi un día entero y me aburro. Vaya vida de mierda la de la mantequilla... apenas me sacan de aquí, sólo me han untado en un par de tostadas y en cuatro galletas, y ha servido una pequeña dosis de mi persona para alegrar la masa de la bechamel. Y punto.
Estoy segura que, de seguir aquí una temporada, acabaré poniéndome amarilla, ictérica perdida, con ese tono añejo que adopta la mantequilla tras mucho tiempo sin usarla. Pueeees... qué quieren ustedes que les diga, prefiero, llegado el caso, que me tiren a la basura sin contemplaciones, o que se me zampe uno de esos langostinos bigotudos, pero que no me utilicen como lubricante para juegos eróticos porque no lo aguanto.


EL ÚLTIMO ROUND

EL ÚLTIMO ROUND
Era el gran día para Pokito Rollo, aspirante a revalidar el título a Campeón del Mundo de Boxeo en la categoría de peso Wélter, frente a su eterno rival, el mejicano Pancho Coleta.
En cuanto se calzó las botas y los guantes, Pokito supo que ese día iba a ser diferente a los demás, algo muy dentro se lo decía. Por ello no podía evitar cierta desacostumbrada sensación de nerviosismo, cierta comezón que le hacía bailar sobre el ring más de lo normal.
El combate era a doce asaltos. Su preparador físico y mentor, pendiente de cualquier gesto, tanto de Pokito como de Pancho, no escatimaba esfuerzos a la hora de darle ánimos, estaba tan seguro de su triunfo... “Vamos, Pokito, mira cómo tiembla la Panchita esa... le vas a dejar K.O., ese título no te lo va a quitar nadie hasta que tú lo decidas, sólo tienes que cuidarte muy bien de su izquierda, ya sabes que ahí está su punto fuerte, pero es que tú los tienes todos, Pokito, todos, me oyes...”
Sonó la campana, una y otra vez, así muchas veces, hasta que llegó el décimo asalto. Pokito estaba convencido de que lo que guardaba Pancho dentro de esos malditos guantes era plomo, o eso le estaba pareciendo a él. Cada asalto era una parada más en el largo viacrucis de Pokito, a quien se le estaba haciendo cuesta arriba sostenerse en pie. Había caído derribado sobre la lona en varias ocasiones, pero siempre había aguantado el conteo del árbitro y había logrado, tambaleante, levantarse. A su preparador ya sólo le faltaba llorar cada vez que veía cómo, agotado, Pokito hacía oscilar peligrosamente su cuerpo sobre las cuerdas del cuadrilátero buscando en ellas su refugio, igual que los mansos en la plaza.
Llegó el décimo asalto, un uppercut con la derecha, seguido de un gancho lanzado con la izquierda, por el mejicano, sobre el rostro descompuesto de Pokito, hizo que éste escupiera el protector bucal ensangrentado sobre la lona, cayendo al suelo como un muñeco de trapo, en lo que parecía ser un nocaut. El árbitro inició el conteo ante un silencio sepulcral por parte de la afición y ante el gesto de pavor que lucían, tanto el preparador de Pokito como el púgil rival. La quietud del -todavía- campeón del mundo presagiaba lo peor, algún “K.O. técnico” en susurros se escuchó en boca de más de uno dentro del Polideportivo, “está noqueado”, decían otros... Fueron los nueve segundos más largos de la historia reciente del Boxeo, porque según contaba “diez” el juez, con la voz y con los dedos, Pokito se puso en pie de un brinco, a la vez que su boca desdentada decía ¡Maaambo!!!


EL ABUELO NICANOR

EL ABUELO NICANOR


El abuelo Nicanor siempre decía lo mismo respecto a la tele, y sus hijos, nietos y bisnietos, siempre le llevaban la contraria por ello. También es verdad que cuando se cansaban de llevarle la contraria, le seguían la corriente. Pero a veces supone un gran esfuerzo, con un nulo resultado, tratar de disuadir a un nonagenario de una de sus cabezonadas. El abuelo Nicanor sostenía, a veces con franca aprensión, que “los que salen” en la tele nos ven a nosotros igual que nosotros a ellos, como si la tele, en vez de ser lo que es en realidad, fuese una ventana abierta de par en par. No sería asunto baladí, de ser cierta su teoría, que los presentadores, músicos, deportistas, políticos, científicos, actores, etc… que asoman a través de la pequeña pantalla, nos estuviesen escrutando a nosotros en nuestro acontecer diario. La idea, además de curiosa y peregrina, tiene bastante de inquietante. No en vano, cuando el abuelo Nicanor asistía desde su sillón, como testigo mudo, a películas de terror, thrillers o del género bélico, se encogía de manera que no le entraba un piñón por el culo, y las pasaba canutas bajo su mantita de cuadros, transformándose en un ovillo y en un manojo de nervios, sólo de pensar que esos tíos de la tele, cuando acabasen con los de ahí fuera, empezarían con los de dentro, con los de casa. Lo cierto es que nadie tomaba en serio sus preocupaciones –lógicamente-. Pero, mira por dónde, el abuelo Nicanor llevaba algo de razón. Una noche que salieron  su hijo y su nuera a cenar, y él se quedó sólo frente al televisor viendo un partido de liga, en un despeje colosal de un saque de esquina, la pelota traspasó la pantalla e impactó contra la cabeza de Nicanor, rebotando luego contra el espejo “bueno” del salón. Como resultado: traumatismo craneoencefálico para el abuelo, espejo “bueno” hecho añicos, y saque a favor del equipo contrario porque Nicanor no fue capaz de despejar el balón de un cabezazo para situarle de nuevo en el centro del campo.
A raíz del golpe a Nicanor se le empezó a ir la olla y a veces desvariaba, pero por más que él insistía e insistía en que había sufrido un balonazo que le había dedicado un jugador de la Real Sociedad, su equipo favorito, nadie le creía, es más… sus hijos, que llevaban algún tiempo barajando la posibilidad de llevarle a una Residencia de ancianos, vieron con este incidente que la ocasión la pintaban calva.
Nicanor ingresó en una Residencia “diagnosticado” de Demencia Senil, con cuadros alucinatorios y agresivos que le llevaban a lanzar objetos contra muebles y espejos, poniendo en peligro su propia integridad física y la de sus familiares.

GEMELAS

GEMELAS


Mi hermana gemela y yo nacimos con varios meses de diferencia. A pesar de ser gemelas univitelinas, que eso es como decir “mogollón de gemelas”, no nos parecemos en nada. Ella es morena, yo rubia, ella es alta, yo baja, ella es mulata, yo blanca, ella es gorda, yo también, ella tiene los ojos verdes, yo marrones, ella habla en euskera, yo castellano antiguo, ella viste moderna, yo me visto como la reina Urraca, ella ama el deporte, yo ni verlo, a ella le gusta la playa, a mi que no me muevan de mi sitio y me dejen en paz, a ella le gustan los pelirrojos, a mí, si están bien, todos, a ella le gusta la carne, a mi el pescado y el verde,  a ella le gusta la cocacola, a mi la cerveza -y el vino y la ginebra y la sidra...-, ella detesta los bichos, yo los amo sobre todas las cosas, a ella le gusta el pipiribipipí y a mi el paparabapapá... en fin, mi gemela univitelina y yo no tenemos nada en común, salvo nuestra madre, que nuestro padre también es distinto.
En el fondo odio a mi gemela univitelina, cada vez que me miro en el espejo le veo a ella, cuando le miro a ella, me veo a mí... Odio esta condición de gemelas que nos acompañará desde el paritorio a la sepultura -¿o no...?-
Por eso lo hice, Sr. Juez, por eso acabé con ella. No sabe cómo detestaba que la gente me confundiese con mi hermana -gemela univitelina- después de cuanto le he referido. También es verdad que podía haberme cargado a toda esa gente, por lerdos, por cortos de vista y de entendederas, por no saber discernir... y porque aún se empeñaban en llamarnos “mellizas” -a mi univitelina y a mí-. Pero hubiese sido más trabajoso y mucho menos reconfortante, dónde va a parar...

S.O.S.


SOS

No me sorprendió demasiado encontrarme un mensaje solicitando mi ayuda ante un previsible suicidio.
No me sorprendió en absoluto que el mensaje viniese rubricado por mi exnovio.
No me sorprendió que me llegase desde tan lejos... ¡El Caribe, la República Dominincana!
No me sorprendió recibirlo después de tanto tiempo. Nuestra relación acabó hace cinco años, justo cuando él se fue al Caribe.
Tampoco me sorprendió hallarlo dentro de una botella de vodka.
Lo que sí me sorprendió, y mucho, fue encontrarme la botella dentro de la bañera, cuando iba a ducharme esta mañana, tras el tremendo resacón que me pillé, después de calzarme anoche -yo solita- esa botella de vodka. Justamente ésa.


Ahora es demasiado tarde, Princesa...

AHORA ES DEMASIADO TARDE, PRINCESA…

Recuerdo que era muy pequeñita cuando conseguí atraparla –o atraparle, que estos bichos los carga el diablo y no hay modo de saber qué sexo tienen, si tienen sexo o sólo tienen sesos-. Iba serpenteando por la pared, bajo un sol de justicia, y me hice con ella antes de que se introdujera por un resquicio entre dos ladrillos. La guardé momentáneamente en un tarro de cristal y más tarde en una caja de cartón, donde practiqué varios orificios –pequeños, claro- para que pudiese respirar.
Yo le ponía comida ahí dentro con regularidad, hasta que un día me decidí a levantar la tapa del todo a ver qué pasaba, si se iba –que sería lo lógico- o no. Bien, pues… para mi sorpresa, decidió quedarse. Se alejaba un poquito de la caja, indagaba a ver qué había por ahí, pero luego volvía a guardarse en ella, entendiendo que “eso” era casa, de tal manera que ya no hacía ni falta que pusiese la tapa.
Pasó el tiempo, Princesa –que así se llamaba, aunque podía haber sido Príncipe, dado que a mi modo de ver aún era asexuada- fue creciendo y creciendo. Evidentemente ya no vivía en la cajita de cartón, ahora deambulaba por cualquier parte de la vivienda y del jardín. Para que acudiese a mi lado bastaba con que yo la silbase o llamase por su nombre, y al igual que un chucho, venía meneando su cola.
Hace pocos días, en un momento que me ausenté para ir a comprar, salió de la finca por la puerta trasera del jardín que en un descuido debí dejar abierta. Por más que la llamo (Princesa, Princesa…) no acude, no he vuelto a saber de ella y estoy francamente preocupada. Creo que está en busca y captura. Lo dicen los informativos de la tele, de la radio y de todas partes. Andan como locos intentando dar con un cocodrilo del Nilo, ¡¡qué cocodrilo ni qué Nilo, bobadas…!! Es Princesa, mi pequeña lagartija, que seguramente se ha desorientado y ahora no sabe cómo volver a casa.