martes, junio 30, 2020

SIN RECURSOS

SIN RECURSOS
 Puede que hayan tenido algo que ver los dos estupendos capítulos que me metí anoche entre pecho y espalda de la serie The Walking Dead, que va de zombis, el caso es que hoy he amanecido siendo zombi, pero zombi total. Lo primero que hace un zombi como mandan los cánones es desayunarse con algún vivo. Bien, pues para empezar, cuando me he dado cuenta de mi nueva condición, mi querido esposo ya se había ido a trabajar, lo de siempre... los hombres no están cuando más se les necesita.
Algo malo han barruntado los dos perros de la casa, que se han refugiado bajo las camas y no han querido salir de allí ni con tentadoras golosinas ni a pedradas. Vaya... empiezan a rugirme las tripas de mala manera. La gata, en cuanto me ha visto con esos ojos enormes que tienen los gatos, de un salto limpio se ha encaramado en lo alto de un mueble y no ha habido forma de que bajara de ahí. Mi última opción estaba aún en la cama, el viejo. Al verle envuelto en su pijama, inmaculadamente blanco, casi con aspecto de sudario, he pensado “coño, si éste es zombi como yo”, y he pasado de hincarle el diente. En cualquier tratado básico sobre zombis se recoge que a los colegas no se les come.
Sin recursos para mitigar mi hambruna, me dirijo al frigorífico, a vida o muerte, a ver qué pasa. Pasa que me hago con un buen taco de lomo curado y una pieza de jamón de bodega que huelen que alimentan. Busco y encuentro un rebojo de pan del día anterior, amén de una botella de clarete de Cigales, bien rico, de la que me sirvo para empezar a abrir boca un buen campano, y oye... que me he puesto las botas, luego me he preparado un cafelito y me he echado un cigarrito que me han sabido a gloria. Ahora estoy aquí en mi casa, muy aburrido, pasando como un tonto las horas sin sentido... eso es lo que cantaría Tequila, pues no... yo estoy aguardando a mi marido a que vuelva de trabajar porque aún me ha faltado el postre.

LA NO BODA DE PETETE

LA NO BODA DE PETETE

Petete, el hijo de los Marqueses de Mogollón, eligió como día de su boda con el Miguel (léase con acento en la “i”) un 28 de junio, Día del Orgullo. Le pareció que era una fecha de lo más emblemática para sellar su amor ante la sociedad. Y no tuvo mejor opción para vestirse de novio, que calzarse un modelo clásico de novia en blanco roto, diseño de Lorenzo Caprile, modisto de cabecera de la realeza, como todo el mundo sabe. Petete estaba deslumbrante, radiante. Entró en el salón del Ayuntamiento del brazo de su padre, el Marqués de Mogollón, el cual, vestido con un impecable chaqué, lucía a mayores una colosal melopea como en él era habitual en cualquier circunstancia o acto social. Cuando estuvieron en presencia del Alcalde y oficiante de la ceremonia, Petete sonrió ampliamente a Miguel, el novio, al tiempo que se secaba una lagrimita de emoción. Estaba guapísimo con un traje exclusivo, muy moderno y atrevido de Jean Paul Gaultier, lo hacía acompañado de su madre y madrina, un ama de casa modesta y normalita, por tanto, elegante, en contraposición al barroquismo exacerbado y caduco de la Marquesa de Mogollón, que lucía una pamela más grande que la carpa de un circo –eso sí… hubo que pleitear con ella para que se soltase el delantal de chacha que no se quitaba ni para dormir, desde que, chaveta perdida, había abrazado la condición de doméstica principal de su casa palacio-
Miguel (el Miguel con acento en la “i”) flipó cuando vio a su novio vestido de novia total. Si bien es cierto que el macizo repartidor de bidones de agua para dispensadores, había salido del armario cuando conoció a Petete, único hijo y heredero del vasto patrimonio de los marqueses, también es cierto que no había salido del todo… sólo había asomado la patita, lo suficiente para camelar al rico vástago del marquesado, y pegar un colosal braguetazo que le quitase de cargar con bidones el resto de su vida. Fingió cuanto pudo el disgusto y vergüenza, por qué no decirlo… que le produjo la comparecencia estelar de su novio, pero intentó mantener el tipo. De vez en cuando se auxiliaba y mitigaba su desazón con la petaca de whisky  de su futuro suegro que, sin despeinarse, se echaba al coleto sin disimulos delante del alcalde y del Sursum corda. Pero cuando llegó el momento del “acepta usted por esposo a Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier Mogollón y Penachoenalto, alias Petete”, el Miguel se rajó y soltó un “no” tan rotundo que hizo desvanecer a más de un asistente a la ceremonia, por no hablar del vahído que sufrió el pobre Petete.
No hubo boda, Petete se quedó compuesto con su Lorenzo Caprile y sin novio; Miguel se largó del brazo de su madre, tal y como había venido, renunciado así a un futuro de lujo al lado de los marqueses; la Marquesa de Mogollón se quitó la pamela y se puso distraídamente a limpiar el polvo de los rincones del  Consistorio con el foulard de Chanel que llevaba al cuello, y el Marqués de Mogollón, en franco estado de embriaguez, se quedó dormido en el propio sillón del alcalde.
El suceso quedó zanjado como curiosa anécdota en la vida de todos, incluido Petete, y el dispensador de agua que en su día la marquesa compró a su futuro yerno, puro detalle de cortesía, sirvió en adelante como pecera con media docena de pececillos en tonos arcoíris.

REALIDAD DISTORSIONADA

REALIDAD DISTORSIONADA

Hoy me he levantado sintiéndome nada, o sea, yo misma. Eso me ha puesto de buen humor, es cansado levantarse cada día siendo algo o alguien distinto, porque al final la gente espera eso de ti, que no seas tú, que seas alguien ocurrente y divertido, útil a la sociedad... Me he pintado la sonrisa de los labios con carmín y la mirada de mis ojos la he teñido de verde esperanza. Mi cabello, siempre corto, camina sin remedio hacia la albura nívea en un viaje sin retorno. Tomo el portamonedas y la bolsa de la compra, como cada día, y voy al supermercado más cercano. Nada más entrar siento las miradas de la gente sobre mi persona, no tienen nada de amables -ni las personas ni sus miradas-, me apresuro, azarada, a colocarme la mascarilla, esto de ser tan despistada me va a acarrear más de un disgusto.
Siguen mirándome sin disimulo. También advierto que se hacen a un lado cuando paso cerca de ellos, como si estuviese apestada. Empieza a entrarme cierta aprensión... caramba, esto no me había pasado nunca. Sé que no he contraído el COVID, pero ellos no lo saben... ¡y yo tampoco sé si ellos son positivos, coño, qué finos nos hemos vuelto, qué delicados!
Con aires de reina ofendida, pago lo que debo al llegar a la caja, y me voy del supermercado con la cabeza bien alta... ¡¡será posible, qué se habrán creído, gentuza!!
Sólo al entrar en el portal de mi casa rompo a llorar por lo que me parece una injusticia, que la sociedad me trate como a una apestada, una delincuente, qué sé yo... sin haber hecho nada para merecer dicho trato, y me doy cuenta de lo crueles que son los prejuicios. Subo en el ascensor y me percato de un detalle cuando busco el número de mi piso entre la lista de botones numerados: no me he puesto las lentillas. Caramba... pues sin lentillas no soy nada. En cuanto entro en casa es lo primero que hago, ponerme el par de lentillas para poder discernir entre lo que es la realidad y “mi realidad”.
No sé si reír o llorar de nuevo al ver mi reflejo en el espejo una vez puestas las lentillas... “mi falsa realidad” me ocultaba la verdadera con la que me he estado paseando por el supermercado como si tal cosa. Me he levantado siendo erizo, un espinoso y puntiagudo erizo.

PETETE

El hijo de los Marqueses de Mogollón, Borja Bruno Beltrán Ignacio Franciso Javier de Mogollón y Penachoenalto, más conocido en su círculo de amistades como Petete, por su extraordinario parecido con aquel famoso muñeco de la tele, aún vivía en el palacete de los Mogollón pese a ser un joven ya talludito en edad. Al unigénito de los marqueses, pues no tuvieron más descendencia con eso de vivir en gabinetes separados, no se le conocía ni oficio ni beneficio, salvo el hábito de consumir a discreción. Su abultado tarjetero obraba el milagro cada vez que se dejaba caer por la exclusiva Milla de Oro madrileña, cosa que hacía con bastante frecuencia. La única condición que ponía cuando entraba en un establecimiento a comprar algo, es que fuese “pijo”. ¿Modelo de chaqueta...? Pijo. ¿Color...? Pijo. ¿Talla...? Pija, es decir raquítica, dos tallas menos de la necesaria. ¿Tejido...? Pijo. Ni qué decir tiene que Petete era de lo más pijo, vistiendo, hablando, pensando, comiendo, votando y hasta defecando.
Causó extrañeza en su casa cuando anunció su compromiso amoroso con el Míguel (léase con acento en la “i”). No porque fuese varón, nadie ha dicho todavía que Petete era hetero. Por el contrario, era homo y bien homo. Pero el Míguel, ay el Míguel... (léase con acento en la “i”), era un repartidor de bidones de agua para esos dispensadores que hay en las casas, uno de esos repartidores que al parecer tienen tanto éxito con las señoras porque físicamente tienen un polvo colosal.
Petete se dejó seducir por el Míguel (¡léase con acento en la “i”, coño!!) en cuanto le vio accediendo a un portal bidón en ristre. Tras una brevísima relación, no dudó un momento en expresarles a sus padres su deseo de contraer matrimonio con él.
El Marqués de Mogollón se lo tomó como se tomaba siempre todas las cosas, emborrachándose. Tal fue el pedo que se pilló, que, copa que se echaba al coleto, copa que estrellaba contra un cuadro de un antepasado suyo al que tenía cierta ojeriza, un apuesto Mogollón con fama de putero y zascandil, dejando el suelo del salón tan sembrado de fragmentos de cristal, que parecía se hubiese abierto en pompa allí mismo un contenedor de reciclaje de vidrio. Por fortuna estaba al quite, escoba y recogedor en mano, la Señora Marquesa de Mogollón, quien, posiblemente perturbada, usurpaba esos días la personalidad de una de sus domésticas favoritas, Sagrario, y se dedicaba a limpiarlo todo con pulcritud, dejándolo como los chorros del oro.
La relación de Petete con el Míguel (no lo diré más veces...) nació en el marco del más absurdo surrealismo que podían brindarle unos progenitores como los “Mogollones”. Se temía lo peor el día elegido para explicarles los detalles de la boda, cuando ¡oh, sorpresa! se encontró nada más irrumpir en el salón donde aguardaban los marqueses, con un dispensador de Aquamatic y un lote de bidones de repuesto.

LA MARQUESA DE MOGOLLÓN CAMBIA DE ROL

La Marquesa de Mogollón cambia de rol

La Marquesa de Mogollón es una mujer de voluble y caprichoso carácter, aspecto que le lleva a querer probar continuamente nuevas experiencias vitales. La última ocurrencia que ha tenido ha sido cambiar su rol de marquesa y señora de su palacete, por el de su criada y camarera personal, Sagrario. De modo que ha relegado a Sagrario de sus funciones y tareas domésticas, haciéndole vestir sus propias ropas de marquesa, y le ha hecho adoptar sus rutinas, usos y costumbres. A cambio ella se ha colocado la cofia de la asistenta, y, sobre un impecable modelito de Carolina Herrera, el reglamentario delantal.
La Marquesa de Mogollón se ha visto muy sorprendida por lo mucho que le llena esta nueva faceta en su vida. Barrer, fregar la vajilla, tender la colada, planchar, pasar la fregona y limpiar el polvo, además de ser tareas de lo más distraídas, le están resultando muy relajantes para el espíritu, pues dejan mucho hueco al pensamiento libre, aparte de tonificantes para el cuerpo, pues supone ejercitar todos los músculos de su egregia anatomía. Su sorpresa se ha visto más incrementada aún, cuando ha entrado por la mañana a la habitación del señor, a servirle el desayuno, pues duermen en habitaciones separadas, y en cuanto la ha visto caracterizada como Sagrario, y con la actitud requerida para el ejercicio de sus funciones, no ha dudado un instante en meterle mano bajo la falda y calzársela tras un soberbio revolcón. Lo que le parece ahora de lo más natural a la señora marquesa, es ver la cara de felicidad que muestra Sagrario -antes mostraba cara de espino-, coincidiendo con la exención de entrar a servir al señor marqués.


ANISETTE Y EL MARQUÉS DE MOGOLLÓN

ANISETTE Y EL MARQUÉS DE MOGOLLÓN

Entre la vasta colección de botellas de licor que guardaba en su mueble-bar el Marqués de Mogollón, había una, la más discreta de todas, que nunca había llamado la atención de su dueño. A todos los efectos era virgen, en el más amplio sentido de la palabra, pues el señor marqués ni siquiera le había retirado el refajo protector que rodea el tapón, con su nombre comercial impreso. Mucho menos había profanado sus interioridades para pegarle un tiento, pese a su desmedida afición a beber.
La modesta botellita era de Anís, antaño muy de moda, pero hoy día en desuso.
El marqués, bebedor compulsivo, le tenía tomadas las medidas a todas sus botellas menos a la pequeña Anisette -ella prefería llamarse en francés, porque en castellano su nombre era Aniceta-.
Anisette se sentía celosa, ninguna mujer quiere ser invisible y menos para un marqués de rancio abolengo, así que un día reflexionó -dentro de lo que puede reflexionar una botella de anís-, y concluyó que tal vez era mejor así, pues sus colegas -las otras botellas más atractivas para el aristócrata-, tras ser profanadas, cuando el dueño ya estaba al límite de sus fuerzas y a ellas no les quedaba una sola gota de licor dentro, iban corriendo la misma suerte todas, es decir, acababan vacías en el contenedor de vidrio, aguardando allí dentro a oscuras, igual que los toros de lidia cuando son conducidos en camiones de la dehesa a la plaza, su triste final.
A partir de ese día hacía todo lo posible por pasar más desapercibida, agachándose cuanto podía para no ser vista, cuando el señor tantaeaba entre las botellas para hacer su selección. Así aguanto mucho tiempo, `pues sus colegas destinadas al contenedor de vidrio, eran reemplazadas rápidamente por otras botellas de lo más vistosas, algunas, incluso procedentes del extranjero.
Una noche que el marqués estaba borracho como una cuba, tomó por error a la pequeña Anisette. La pobre, acongojada y asustada, sintió cómo le desgarraba su ropa y le arrancaba el sombrero de cuajo. Vejada y ultrajada por ese bárbaro, pese a su título nobiliario, soportó estoicamente y con dignidad lo que para ella suponía una especie de violación, rumiando su venganza para cuando se presentara la ocasión. El marqués volcó algo -bastante- de contenido en su copa, le pegó un buen lingotazo y... se quedó mudo, parado, con los ojos desorbitados y una boca cerrada que sólo pudo abrir para lanzar una gran llamarada en modo dragón. Aquel anís... porque aquello era anís ¿verdad? era imbebible, puro alcohol de quemar. Tomó la botella y, con gran esfuerzo, leyó el nombre a ver qué era. A pesar de su estado de embriaguez vio que ponía “anisette”, y eso que parecía tan inofensiva... Con su lengua completamente escaldada entre los labios, que parecía un pingo, estrelló la botella contra la pared. La botella de anís ni siquiera pasó por el contenedor de vidrio como todas, fue directamente a la basura. Eso sí, lo último que oyó el marqués antes de estrellarla, fue la sonora y cristalina carcajada de Anisette cuando recordaba lo que le decía su abuela siendo aún pequeñita, cada vez que se enfurruñaba por algo: “mi querida Anisette, serás una mujer de gran carácter, no creo que haya hombre que pueda contigo”

martes, junio 23, 2020

OTRO PUNTO DE VISTA

OTRO PUNTO DE VISTA

Siempre he pensado que no valoramos a las personas en su justa medida hasta que las conocemos “por dentro”, manejándose en su cotidianeidad.
Erramos cuando nos quedamos sólo en las apariencias, hay que tratar de empatizar y entender “al otro” viendo su persona desde ángulos y posturas diferentes. Esto es lo que yo sostenía y pensaba, pero creo que he cambiado de idea: donde esté lo superficial que se quite el interiorismo, los ángulos, las posturas y hasta las deposiciones.
Mi cambio obedece a una causa: la nueva personalidad con la que he despertado hoy.
Ya avisé el otro día que cada mañana amanezco siendo una textura diferente o un objeto de lo más variopinto.
Bien, pues si anteayer no me encontraba a gusto con mi cuerpo, siendo de mantequilla, qué les voy a decir acerca de cómo me siento hoy, que me he levantado siendo un retrete....

lunes, junio 22, 2020

YATE DE LUJO

YATE DE LUJO


Estoy en un yate de lujo tumbada en la cubierta sobre una hamaca. Es un yate estupendo donde no falta de nada. Luzco un exiguo biquini blanco impoluto, como los que lucen esas señoritas de los anuncios de la tele, incluso me atrevería a decir que estoy tan buena como ellas -o más-.
El yate, fondeado, está lo suficientemente alejado de la costa como para que, sin perderla vista, no podamos ser molestados por nadie -a las costas no conviene perderlas de vista, más cuando hemos nacido en la Meseta castellana, en localidades donde sus ríos discurren secos como bacalaos-.
Esto es el Mediterráneo y lo demás son bobadas. Luce un sol radiante y el mar está en completa calma, ni una ola -como me gusta a mí, repito... soy de secano, y me da por culo el meneo de las olas y los perejiles, algas o lo que sea eso que se viene tras ellas y se te enreda en las piernas-. Las olas para los surfistas.
Estoy pensando en zambullirme y nadar un rato en torno al yate. Me asomo desde la plataforma habilitada para esos menesteres, pero me lo pienso mejor. Para que yo me lance al mar voluntariamente -sin que me precipite alguien por la borda a la voz de “hombre al agua”-, éste debe reunir unas condiciones que sospecho no se dan en este caso: el mar debe estar tan transparente como el agua de las botellas de Solares, el fondo debe estar cubierto de arena cuanto más fina mejor, o en su defecto una plaqueta o baldosa que no resbale, y la más importante, yo debo hacer pie en cualquier zona por donde transite, pues, pese a saber nadar de manera básica y sin florituras ni posturitas, mi pavor a perder la referencia del suelo bajo mis pies, hace que me ahogue sin más si sé que no lo hay, directamente me ahogo y punto. Mi mar platónico debería parecerse a una gran piscina pero sin ser piscina. Lo de las piscinas es aún peor... teniendo a disposición escalerillas para entrar al agua, primero un pie y luego el otro, con enjundia y distinción, los usuarios se arrojan como cafres, caigan sobre quien caigan, qué horror... En fin, creo que no se dan estas circunstancias en el mar donde flota mi yate frente a la Costa...hummm... ¿qué costa es...? Bueno, da igual que esto sea la costa griega en el Egeo, la costa Amalfitana en el Tirreno, o que lo que tenga frente a mi, a lo lejos, sea Benidorm... da igual, se está tan bien aquí...
Visto lo visto, desisto de zambullirme ¿quién necesita un mar -salado como perros- si dispones de una ducha o una palangana, de las de toda la vida, para refrescarte un poco el fandango?
Así que, sofocada de pensar en nadar, me tumbo en la hamaca y acude el camarero, presto, a ver si quiero tomar algo. El camarero está muy bien, es un camarero de lujo, como el yate, y por si fuera poco me mira con interés -creo que con el interés que se mira a las mujeres interesantes, no a los insectos, por ejemplo-... No me quita el ojo de encima. Eso es bueno, cuando te mira un camarero guapo y de lujo, te vienes arriba y te pones más guapa y más tonta  -si cabe- que de costumbre. Pido un gintónic bien fresco, con muchas piedras de hielo. También solicito una tapita -me pediría unos torreznos de Soria, soy muy de torreznos, pero en el mar, en un yate como éste, con un camarero tan guapo y distinguido y con un gintonic, no sé...-. Así que me decanto por algo más acorde con el ecosistema, unas gambitas, unas lascas de jamón del caro y unas aceitunas rellenas. Me lo sirve con diligencia y una bonita sonrisa, yo le guiño un ojo a ver qué pasa... no pasa nada, estoy segura que ha creído que tengo un tic o se me ha colado un pelo de una pestaña. No hay nadie más en el yate, salvo el Rudo. En realidad, estando el Rudo, no nos hace falta nadie más, el Rudo acuña ciertos conocimientos de navegación. Pero como son bastante básicos para un yate tan bueno -los conocimientos-, conviene que también esté a la mira un experto, un patrón de yate como Neptuno manda. Eso sí... no es menester que esté dando palique ni dando por culo todo el rato, con que se haga cargo del timón, las velas, el motor y demás aperos, suficiente.
De súbito empieza a levantarse una ligera brisa que cada vez va a más y más. El experto patrón de yate frunce el ceño, chasca la lengua y concluye que se está originando un viento de Poniente que, dada nuestra situación, provocará un fuerte oleaje... Efectivamente, en poco tiempo nuestro mar en calma pasa a ser una fuerte marejada, y esta servidora, medrosa de por si, se descompone y aferra a lo primero que pilla, que en ningún caso es el camarero guapo ni tan siquiera el Rudo. Lo más cercano que veo para asirme es un mástil, también es lo último que veo cuando una ola me tapa -con toda su agua- de la cabeza a los pies. Cierro los ojos, pero al abrirlos... me percibo asida al palo de la fregona como el Conde Ansúrez, hecho estatua, se aferra a su lanza, mientras chapoteo sobre el agua derramada del cubo de fregar el suelo.

MANTEQUILLA

Mantequilla

Pertenezco a esa rara clase de personas, no sé si afortunadas, que cada mañana se levantan de la cama con una textura diferente. Unos días soy metálica, otros soy terciopelo, tengo días de hormigón, de metacrilato, de madera, de cobre, de plata, de oro... Bien, pues esta mañana me he levantado siendo mantequilla. Sí, sí... como lo leen, soy mantequilla, y estoy envasada y todo en una de esas tarrinas de plástico.
No me desagrada ser mantequilla, en realidad he sido cosas peores... pero, mirándolo bien, tiene muchas desventajas. Lo he notado en cuanto me he puesto al calor, al calor del agua de la ducha. Me deshago, me desintegro, me corro -con perdón-, me diluyo, vamos... que me voy por la pata abajo. Esto va a ser una pega muy grande de cara al verano y sus calores. También será un problema cuando haga frío y tenga que arrimarme a una estufa. De modo que no me ha quedado otro remedio que resguardarme de las altas temperaturas poniéndome a cobijo dentro de una nevera.
Aquí dentro no se está mal, pero huele a Cantábrico, a carne, a verduras, a fruta, a pescado, a marisco... qué barbaridad, hay que ver cómo me miran los langostinos esos que están tumbados en un plato, vistos así, siendo mantequilla, resultan inquietantes. Vivir aquí dentro es como vivir dentro del Mercado del Val. Tengo a mi disposición bebidas variadas, leche, agua, cervezas, vino, refrescos... pero todo está cerrado a cal y canto, no puedo echarme al coleto un lingotazo de nada.
Llevo aquí metida casi un día entero y me aburro. Vaya vida de mierda la de la mantequilla... apenas me sacan de aquí, sólo me han untado en un par de tostadas y en cuatro galletas, y ha servido una pequeña dosis de mi persona para alegrar la masa de la bechamel. Y punto.
Estoy segura que, de seguir aquí una temporada, acabaré poniéndome amarilla, ictérica perdida, con ese tono añejo que adopta la mantequilla tras mucho tiempo sin usarla. Pueeees... qué quieren ustedes que les diga, prefiero, llegado el caso, que me tiren a la basura sin contemplaciones, o que se me zampe uno de esos langostinos bigotudos, pero que no me utilicen como lubricante para juegos eróticos porque no lo aguanto.


EL ÚLTIMO ROUND

EL ÚLTIMO ROUND
Era el gran día para Pokito Rollo, aspirante a revalidar el título a Campeón del Mundo de Boxeo en la categoría de peso Wélter, frente a su eterno rival, el mejicano Pancho Coleta.
En cuanto se calzó las botas y los guantes, Pokito supo que ese día iba a ser diferente a los demás, algo muy dentro se lo decía. Por ello no podía evitar cierta desacostumbrada sensación de nerviosismo, cierta comezón que le hacía bailar sobre el ring más de lo normal.
El combate era a doce asaltos. Su preparador físico y mentor, pendiente de cualquier gesto, tanto de Pokito como de Pancho, no escatimaba esfuerzos a la hora de darle ánimos, estaba tan seguro de su triunfo... “Vamos, Pokito, mira cómo tiembla la Panchita esa... le vas a dejar K.O., ese título no te lo va a quitar nadie hasta que tú lo decidas, sólo tienes que cuidarte muy bien de su izquierda, ya sabes que ahí está su punto fuerte, pero es que tú los tienes todos, Pokito, todos, me oyes...”
Sonó la campana, una y otra vez, así muchas veces, hasta que llegó el décimo asalto. Pokito estaba convencido de que lo que guardaba Pancho dentro de esos malditos guantes era plomo, o eso le estaba pareciendo a él. Cada asalto era una parada más en el largo viacrucis de Pokito, a quien se le estaba haciendo cuesta arriba sostenerse en pie. Había caído derribado sobre la lona en varias ocasiones, pero siempre había aguantado el conteo del árbitro y había logrado, tambaleante, levantarse. A su preparador ya sólo le faltaba llorar cada vez que veía cómo, agotado, Pokito hacía oscilar peligrosamente su cuerpo sobre las cuerdas del cuadrilátero buscando en ellas su refugio, igual que los mansos en la plaza.
Llegó el décimo asalto, un uppercut con la derecha, seguido de un gancho lanzado con la izquierda, por el mejicano, sobre el rostro descompuesto de Pokito, hizo que éste escupiera el protector bucal ensangrentado sobre la lona, cayendo al suelo como un muñeco de trapo, en lo que parecía ser un nocaut. El árbitro inició el conteo ante un silencio sepulcral por parte de la afición y ante el gesto de pavor que lucían, tanto el preparador de Pokito como el púgil rival. La quietud del -todavía- campeón del mundo presagiaba lo peor, algún “K.O. técnico” en susurros se escuchó en boca de más de uno dentro del Polideportivo, “está noqueado”, decían otros... Fueron los nueve segundos más largos de la historia reciente del Boxeo, porque según contaba “diez” el juez, con la voz y con los dedos, Pokito se puso en pie de un brinco, a la vez que su boca desdentada decía ¡Maaambo!!!


EL ABUELO NICANOR

EL ABUELO NICANOR


El abuelo Nicanor siempre decía lo mismo respecto a la tele, y sus hijos, nietos y bisnietos, siempre le llevaban la contraria por ello. También es verdad que cuando se cansaban de llevarle la contraria, le seguían la corriente. Pero a veces supone un gran esfuerzo, con un nulo resultado, tratar de disuadir a un nonagenario de una de sus cabezonadas. El abuelo Nicanor sostenía, a veces con franca aprensión, que “los que salen” en la tele nos ven a nosotros igual que nosotros a ellos, como si la tele, en vez de ser lo que es en realidad, fuese una ventana abierta de par en par. No sería asunto baladí, de ser cierta su teoría, que los presentadores, músicos, deportistas, políticos, científicos, actores, etc… que asoman a través de la pequeña pantalla, nos estuviesen escrutando a nosotros en nuestro acontecer diario. La idea, además de curiosa y peregrina, tiene bastante de inquietante. No en vano, cuando el abuelo Nicanor asistía desde su sillón, como testigo mudo, a películas de terror, thrillers o del género bélico, se encogía de manera que no le entraba un piñón por el culo, y las pasaba canutas bajo su mantita de cuadros, transformándose en un ovillo y en un manojo de nervios, sólo de pensar que esos tíos de la tele, cuando acabasen con los de ahí fuera, empezarían con los de dentro, con los de casa. Lo cierto es que nadie tomaba en serio sus preocupaciones –lógicamente-. Pero, mira por dónde, el abuelo Nicanor llevaba algo de razón. Una noche que salieron  su hijo y su nuera a cenar, y él se quedó sólo frente al televisor viendo un partido de liga, en un despeje colosal de un saque de esquina, la pelota traspasó la pantalla e impactó contra la cabeza de Nicanor, rebotando luego contra el espejo “bueno” del salón. Como resultado: traumatismo craneoencefálico para el abuelo, espejo “bueno” hecho añicos, y saque a favor del equipo contrario porque Nicanor no fue capaz de despejar el balón de un cabezazo para situarle de nuevo en el centro del campo.
A raíz del golpe a Nicanor se le empezó a ir la olla y a veces desvariaba, pero por más que él insistía e insistía en que había sufrido un balonazo que le había dedicado un jugador de la Real Sociedad, su equipo favorito, nadie le creía, es más… sus hijos, que llevaban algún tiempo barajando la posibilidad de llevarle a una Residencia de ancianos, vieron con este incidente que la ocasión la pintaban calva.
Nicanor ingresó en una Residencia “diagnosticado” de Demencia Senil, con cuadros alucinatorios y agresivos que le llevaban a lanzar objetos contra muebles y espejos, poniendo en peligro su propia integridad física y la de sus familiares.

GEMELAS

GEMELAS


Mi hermana gemela y yo nacimos con varios meses de diferencia. A pesar de ser gemelas univitelinas, que eso es como decir “mogollón de gemelas”, no nos parecemos en nada. Ella es morena, yo rubia, ella es alta, yo baja, ella es mulata, yo blanca, ella es gorda, yo también, ella tiene los ojos verdes, yo marrones, ella habla en euskera, yo castellano antiguo, ella viste moderna, yo me visto como la reina Urraca, ella ama el deporte, yo ni verlo, a ella le gusta la playa, a mi que no me muevan de mi sitio y me dejen en paz, a ella le gustan los pelirrojos, a mí, si están bien, todos, a ella le gusta la carne, a mi el pescado y el verde,  a ella le gusta la cocacola, a mi la cerveza -y el vino y la ginebra y la sidra...-, ella detesta los bichos, yo los amo sobre todas las cosas, a ella le gusta el pipiribipipí y a mi el paparabapapá... en fin, mi gemela univitelina y yo no tenemos nada en común, salvo nuestra madre, que nuestro padre también es distinto.
En el fondo odio a mi gemela univitelina, cada vez que me miro en el espejo le veo a ella, cuando le miro a ella, me veo a mí... Odio esta condición de gemelas que nos acompañará desde el paritorio a la sepultura -¿o no...?-
Por eso lo hice, Sr. Juez, por eso acabé con ella. No sabe cómo detestaba que la gente me confundiese con mi hermana -gemela univitelina- después de cuanto le he referido. También es verdad que podía haberme cargado a toda esa gente, por lerdos, por cortos de vista y de entendederas, por no saber discernir... y porque aún se empeñaban en llamarnos “mellizas” -a mi univitelina y a mí-. Pero hubiese sido más trabajoso y mucho menos reconfortante, dónde va a parar...

S.O.S.


SOS

No me sorprendió demasiado encontrarme un mensaje solicitando mi ayuda ante un previsible suicidio.
No me sorprendió en absoluto que el mensaje viniese rubricado por mi exnovio.
No me sorprendió que me llegase desde tan lejos... ¡El Caribe, la República Dominincana!
No me sorprendió recibirlo después de tanto tiempo. Nuestra relación acabó hace cinco años, justo cuando él se fue al Caribe.
Tampoco me sorprendió hallarlo dentro de una botella de vodka.
Lo que sí me sorprendió, y mucho, fue encontrarme la botella dentro de la bañera, cuando iba a ducharme esta mañana, tras el tremendo resacón que me pillé, después de calzarme anoche -yo solita- esa botella de vodka. Justamente ésa.


Ahora es demasiado tarde, Princesa...

AHORA ES DEMASIADO TARDE, PRINCESA…

Recuerdo que era muy pequeñita cuando conseguí atraparla –o atraparle, que estos bichos los carga el diablo y no hay modo de saber qué sexo tienen, si tienen sexo o sólo tienen sesos-. Iba serpenteando por la pared, bajo un sol de justicia, y me hice con ella antes de que se introdujera por un resquicio entre dos ladrillos. La guardé momentáneamente en un tarro de cristal y más tarde en una caja de cartón, donde practiqué varios orificios –pequeños, claro- para que pudiese respirar.
Yo le ponía comida ahí dentro con regularidad, hasta que un día me decidí a levantar la tapa del todo a ver qué pasaba, si se iba –que sería lo lógico- o no. Bien, pues… para mi sorpresa, decidió quedarse. Se alejaba un poquito de la caja, indagaba a ver qué había por ahí, pero luego volvía a guardarse en ella, entendiendo que “eso” era casa, de tal manera que ya no hacía ni falta que pusiese la tapa.
Pasó el tiempo, Princesa –que así se llamaba, aunque podía haber sido Príncipe, dado que a mi modo de ver aún era asexuada- fue creciendo y creciendo. Evidentemente ya no vivía en la cajita de cartón, ahora deambulaba por cualquier parte de la vivienda y del jardín. Para que acudiese a mi lado bastaba con que yo la silbase o llamase por su nombre, y al igual que un chucho, venía meneando su cola.
Hace pocos días, en un momento que me ausenté para ir a comprar, salió de la finca por la puerta trasera del jardín que en un descuido debí dejar abierta. Por más que la llamo (Princesa, Princesa…) no acude, no he vuelto a saber de ella y estoy francamente preocupada. Creo que está en busca y captura. Lo dicen los informativos de la tele, de la radio y de todas partes. Andan como locos intentando dar con un cocodrilo del Nilo, ¡¡qué cocodrilo ni qué Nilo, bobadas…!! Es Princesa, mi pequeña lagartija, que seguramente se ha desorientado y ahora no sabe cómo volver a casa.

domingo, junio 07, 2020

Yo a mi bola (Llega un momento)


LLEGA UN MOMENTO

Llega un momento en la vida en que ya no eres joven, ni guapo, ni delgado, ni rico, ni pobre, ni soltero, ni casado, ni listo, ni tonto, ni sano, ni alto, ni bajo, ni rubio, ni moreno, ni creyente, ni agnóstico, ni de derechas, ni de izquierdas…. Llega un momento en que ya no caminas, no hablas, no ves, no oyes, no comes, no bebes, no cagas –o cagas de más-, no controlas tus agujeros ni controlas los agujeros de nadie. Llega un momento en que ya no haces ni deshaces. No eres… simplemente, estás. Y si pudieras hacerlo, si aún te quedara la capacidad de discernir, por pequeña que fuese, te preguntarías para qué…

Ana Rodríguez (POETA BULULÚ)

Yo a mi bola (Tácticas de desbloqueo)


TÁCTICAS DE DESBLOQUEO



A Ella siempre le había gustado saber escribir, pero no era capaz de plasmar ni una sola idea sobre un triste folio en blanco.

Considerando la posibilidad de que la culpa la tuviese el papel, una especie de rara aversión que le llevase al bloqueo cada vez que intentaba escribir, buscó otra alternativa… ¿qué tal probar a hacerlo en las paredes, en las fachadas de las calles, en las farolas, en los bancos de los parques o en las lápidas de los cementerios…? ¡Eso es! ¡Las lápidas de los cementerios serían la solución perfecta! Tanto si lo hacía bien o mal, nadie le iba a protestar.

Así lo hizo, una noche se despachó a gusto al amparo de la oscuridad y bajo una luna llena a reventar. Lo cierto es que le entró cierta sensación de desasosiego cuando, tras garabatear un cuento erótico encima de la fría y musgosa losa de piedra de una anciana pareja fallecida hace más mil años, los desvaídos crisantemos de plástico que velaban armas a ambos lados de la sepultura, en sendas jardineras, se trocaron en dos robustos y lozanos ramos de rosas rojas naturales, unas piruletas en forma de corazón y un lote de preservativos de diferentes sabores y texturas.

Ana Mª Rodríguez (Poeta Bululú)

sábado, junio 06, 2020

Yo a mi bola (Cosechando patatas)


COSECHANDO PATATAS



Un hombre estaba cosechando patatas en el campo, a medida que avanzaba con la cosechadora y hundía las piezas pertinentes en la tierra, iban apareciendo monedas de oro, unas monedas enormes. El labrador, un tanto mosqueado, paró el motor y bajó de la cabina para comprobar la naturaleza de aquello que tanto brillaba entre los terrones de color ocre. Se quedó perplejo cuando advirtió que apenas sí había recolectado una patata… ¡todo eran monedas de oro! Malhumorado, recogió aquellos “productos” que le  brindaba la tierra, los fue guardando en sacos, y los colocó en la nave que tenía como almacén.

Pasado un tiempo, el dueño del patatal, a bordo de un Porche de gran cilindrada, y luciendo un traje de Armani de corte y diseño impecables, se dirigió a la Consejería de Agricultura y Pesca de su Comunidad, para solicitar que su tierra de labranza fuese declarada zona catastrófica –y las correspondientes ayudas- como consecuencia de la plaga de doblones de oro que la asolaba y que hacían imposible obtener una cosecha de patatas como Dios manda.

viernes, junio 05, 2020

YO A MI BOLA (Entrar en el armario)

Entrar en el armario
Le llevó algún tiempo conseguirlo, pero cuando se descubrió a si mismo, no quiso salir del armario; por el contrario, se metió dentro de él, y, oculto entre todas aquellas ropas y fragancias femeninas, se perdió y no volvió a encontrarse jamás.
Ana Rodríguez (Poeta Bululú)

YO A MI BOLA (SUPOSICIONES)

Yo a mi bola
SUPOSICIONES
Es para congratularse por ello. Se dice que España es el país con mayor número de reservas hoteleras para este verano próximo –no sé si será vaticinio del oráculo, un deseo o una certeza… - También se dice que el año pasado nuestro país rozó la cifra de 84 millones de turistas extranjeros, que se dejaron 92337 millones de euros en gastos, imagino que esto ya no tiene que ver con el oráculo, habrá datos ciertos que lo avalen.
Es para congratularse por ello, insisto. Ahora bien, no queriendo pecar de aguafiestas y mucho menos de agorera, como todo hijo de vecino, una tiene criterio y hasta a veces opina… Y mi razón –no la razón ésa que se tiene o no se tiene, me refiero al raciocinio que cada uno administra y gestiona en mayor o menor medida- me dice que esas apabullantes cifras, que tan buenas son para la economía, producen algo de vértigo cuando uno piensa en los virus, tan aficionados ellos a las excursiones -como todo el mundo sabe-. No digo que esta humilde servidora esté contra el turismo, ni quiero insinuar que los esforzados turistas que vienen de fuera, lleguen apestados –pues los mismos prejuicios al respecto podrían tener ellos con nosotros -. Sólo digo que ese flujo de personas yendo/viniendo –que los de aquí también van para allá- tiene que contraer cierto riesgo de airear y expandir virus más allá de lo razonable, por mucho que se mida la temperatura, la presión arterial o la estatura cuando se arriba a un aeropuerto.
Supongo que, viniendo tantos, han de venir turistas de muy diversos y variopintos lugares.
Supongo que en esos lugares habrá virus propios a los que “ellos”, los forasteros, tendrán más o menos amaestrados, y a los que serán más o menos resistentes.
Supongo que cuando llegan a destino –o llegamos, cuando somos nosotros los que vamos fuera-, a la vez que airean los ropajes y enseres que contienen sus maletas, airearán esos virus “amaestrados” que para ellos ya serán más o menos inofensivos.
Supongo que dichas cepas de bichos a nosotros no nos conocen y nos miran con hostilidad, no dignándose a obedecer cualquier orden nuestra por sencilla que sea, “heel, sit, down, stay, here o very good”, como si se tratase de simples chuchos.
Supongo que debemos ser conscientes que al abrir las puertas al turismo –como es lógico y deseable-, y al abrir los portamonedas para llenarlos de riqueza –como es más lógico y deseable aún-, también debemos ser conscientes todos –hasta aquellos que disponen de poco raciocinio o de muchas ganas de llenar los portamonedas- de que estamos reabriendo esa vía natural –y lógica y deseable- por la que se cuelan malawares y troyanos a go-gó.
Esto es así, “soplar y sorber, no puede junto ser”, reza el refrán castellano.
Manifestaciones feministas, partidos de fútbol, culto religioso y mítines políticos aparte… lo de airear virus montaraces y asilvestrados, viajen en clase turista, business o primera, supongo que tendrá algo que ver –para aquellos escépticos que todavía piensan que los virus los trae la cigüeña, únicamente el 8M o Simón-
Pero sólo supongo.
Ana Rodríguez (POETA BULULÚ)

DE MININOS Y OTRAS HISTORIAS

Nuestra vieja gata, la Mitshu, se ha echado novio. No es de extrañar, ella estaba deseando hacerlo, de hecho, la Mitshu es una ninfómana colosal, de toda la vida. La Mitshu se le ha insinuado al Rudo en reiteradas ocasiones, pero el Rudo es todo un caballero –casado- que no quiere meterse en líos de faldas, y menos con una gata vieja.
Al principio de establecernos aquí, en la casa del pueblo, la Mitshu no dejaba de maullar a gritos para que los gatos lugareños le prestasen algo de atención. Pero sus aullidos lastimeros no obtenían ningún tipo de respuesta y los gatos brillaban por su ausencia. Yo le decía para solidarizarme con ella, “es cosa de la edad, eres mayor y por tanto invisible, ¿qué crees que ocurriría si maullase yo? Pues lo mismo, nadie me haría caso por la misma razón”
Por fin sus gritos –y su pertinaz insistencia- tuvieron la tan anhelada respuesta. Empezaron a visitarla señores gatos. Se prendó del más guapo, un enorme gato rubio de complexión atlética, una especie de Schwarzenegger gatuno que me gusta hasta a mí. Se les ve muy felices a los dos. Ya nos le ha presentado y todo, le sienta en el porche con ella, en uno de los sillones.
Lo malo es que a Merlín, uno de nuestros perros, líder y jefe de seguridad para más señas, le está sobrepasando esto de tener un forastero minino descontrolado campando a sus anchas. La situación se le va de las manos porque incumple su misión de velar por la seguridad de esta casa, y todo lo que Schwarzenegger le “pone” a la Mitshu, a Merlín le impone, no en vano es un gatazo tan grande como él… ¿y quién le pone el cascabel al gato? Merlín anda preocupado dándole vueltas al asunto, esta misma mañana he visto cómo le refería sus inquietudes a la Tula, se lo cuchicheaba al oído.
Pero la Tula pasa del tema; primero, porque es pasota de por si, es una vaga colosal; segundo, porque ella sabe que él es el líder, y cuando uno es líder –como Pedro Sánchez- está a las duras y a las maduras, para lo bueno y para lo malo. Cierto es que si unieran sus fuerzas, la Tula y el Merlín, acabarían desalojando al okupa. Pero al menos la Tula con su actitud se comporta mejor que algunos políticos en la oposición; si bien no hace nada por ayudar al líder, tampoco le pone palos en las ruedas para intentar sacar rentabilidad al asunto, haciendo caer a Merlín, para arrebatarle después el liderazgo en estos delicados momentos en los que está en cuestión su fortaleza frente a los gatos forasteros –novios o no de la Mitshu-. Y la Tula podría hacerlo con un golpe de estado. En este jardín contamos con un nutrido regimiento de caracoles que, tras las últimas tormentas, se muestran valerosos y disciplinados, haciendo gala de unas cornamentas que harían palidecer de envidia a los Mihuras mejor arbolados y con más trapío de la dehesa. Si la Tula se hiciera fuerte y metiera en cintura a todos esos moluscos gasterópodos que ahora están en desbandada, contaría con un ejército lento pero seguro.
Me instan a que me los coma. Todos. Los caracoles. Es cierto que los considero un manjar, pero respecto a los caracoles dice el refrán: “caracoles, los de abril para mí, los de mayo pá mi hermano y los de junio pá ninguno”. Y yo no me aparto del refranero bajo ningún concepto y por muy lucidos que estén los bichos –¡vaya muslos los de esos caracoles… y qué mocos van dejando…!!-
La Tula no quiere desalojar a Merlín del poder de malas maneras, ella se limita a esperar su momento. Sentada.
Ana Rodríguez (POETA BULULÚ)