viernes, julio 10, 2020

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

El Marqués de Mogollón, contumaz y empedernido bebedor, tras recibir algún serio aviso de su hígado, decidió un buen día cortar por lo sano con la bebida. Y no tuvo más ocurrencia que hacerlo de súbito y sin ningún apoyo, asumiendo en solitario las consecuencias que le pueden sobrevenir a un gran adicto a la bebida cuando lo deja de la noche a la mañana. Efectivamente, el marqués, tras estar alejado del alcohol un par de días o tres, empezó a sentir el azote del síndrome de abstinencia con todo su cortejo de síntomas. Las noches que pasaba en su habitación de palacio eran toledanas, con tiritonas, delirios, ansiedad, agresividad más o menos manifiesta... y unas pavorosas alucinaciones, que percibía con tal grado de realismo, que le ponían al filo de la locura.
Una de esas noches afirmaba, dando diente con diente, entre escalofríos y sudores, que había una cucaracha enorme sobre su cama. Los miembros de su familia, naturalmente no podían ver una cucaracha, por grande que fuese, si sólo estaba en la imaginación del marqués, pero ellos siempre tan singulares, no llamaron a un facultativo o a emergencias para solventarle la papeleta, se limitaron a seguirle la corriente y a apoyarle como mejor sabía hacerlo cada uno.
La Marquesa de Mogollón se dispuso a tejer una mantita de lana gruesa a la cucaracha para aliviar sus frías noches en palacio.
Su hijo Petete, aún sensibilizado con su fallida boda, tras las calabazas recibidas por su novio, el guapo y robusto repartidor de agua, conocido como el Miguel (léase con acento en la “i”), decidió escribirles a su padre y al insecto un largo y tristísimo poema de desamor.
Su camarera de cabecera, Sagrario, hizo lo que hacía cada vez que venía una visita a casa, ponerle al visitante (en este caso a la cucaracha) una botella de aguardiente con una copa para que se sirviera, y una bandeja de pastas típicas de la región.
El marqués, desolado ante la falta de empatía y de soluciones a su problema, y estando al borde del colapso, decidió dar carpetazo al asunto de manera artesanal y como mejor sabía él solucionar cualquier eventualidad. Es decir, se trincó de un lingotazo la botella de aguardiente destinada al insecto imaginario, y se comió un par de pastas, después apartó suavemente la cucaracha a un lado de la cama, no fuese a enfadarse, y se durmió.

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